LA DIFERENCIA ENTRE EL NIÑO Y EL ADULTO

– No puedo analizar contigo este tema sin que te enojes.

– ¡Es que tú siempre me hablas enojado! (adulto que cruza la transacción porque responde como niño).

– Y ahora, que no estoy enojado… ¿Por qué te enojas conmigo?

– ¡Porque tú me haces enojar! (Diálogo o Transacción imposible de llevar a un estado directo).

Todos creemos reconocer fácilmente la diferencia entre un niño y un adulto, pero en realidad, no es así. El motivo de este post es justamente ayudar a clarificar cómo distinguimos rápidamente un niño habitando en un adulto, o mirado desde otro punto de vista, a un adulto inmaduro.

A primera vista, físicamente la diferencia está muy clara y es sencillo distinguir entre el tamaño de un niño y el de un adulto, pero me refiero a otro aspecto más allá: a las características que los definen en base a sus comportamientos, como niño o como adulto. Hay adultos que se impacientan con los niños pero también hay niños que se impacientan con los adultos.

Muchas veces un adulto se complace en recordar sus aventuras de niño, e incluso a revivirlas y comportarse en ese momento como un niño. Ése no puede ser categorizado como un niño sólo por eso; tal vez sea un adulto que se siente suficientemente seguro de serlo, de tal modo que no tiene reparos ni vergüenzas como para comportarse en ese momento como un niño.

Hay otros adultos que disfrutan de jugar con los niños a los juegos de niños; eso no lo desmerece como adulto ni lo califica como niño, no podríamos aventurarnos a opinar que “todavía es un niño”. En general, se debe ser un adulto completo como para no tener reparos en compartir como un niño, con los niños, siempre que el individuo se comporte como adulto cuando se encuentra entre adultos.

A referencia de esto, el psiquiatra ya fallecido Eric Berne, en su desarrollo del Análisis Transaccional clasifica las relaciones entre personas basándose justamente en el comportamiento de cada participante en lo que él llamaba “Transacción”, es decir, si los participantes se manifiestan en actitudes de niño o de adulto cada vez que se relacionan.

Berne llamaba a una relación satisfactoria como “Transacción directa” debido a las relaciones con comportamientos pares, adulto-adulto, o niño-niño, mientras que una relación enojosa se origina en una “Transacción cruzada”, o sea, una comunicación disfuncional, dispar, como sería por ejemplo, adulto-niño o bien, niño-adulto.

Cuando uno de los participantes adultos se ubica en la posición de adulto, el otro debe hacerlo también como adulto para que la transacción se realice con éxito; cuando uno de los dos cambia de estado, por ejemplo siendo adulto responde como niño, se “cruza” la transacción y se produce un desencuentro, generalmente enojoso y con consecuencias no deseadas.

Un ejemplo de una transacción que se cruza:

– Buen día ¿Cómo estás?

– ¿Te parece que es un buen día con el viento que hay?

Sin embargo muchas veces el individuo ha aprendido cómo llevar adelante una transacción, o sea, una relación comunicacional, pero en su vida personal actúa como niño y atrae las consecuencias de haber “cruzado la transacción” consigo mismo, es decir entre su conciente y su inconsciente.

Ciertamente se dice que “no hay peor juez que uno mismo”, y a la corta o a la larga, los resultados muestran  que es así; la propia condena personal, la frustración y su correspondiente castigo inconsciente resultará a la larga peor que cualquier otra condena por un juez.

Muchas veces escuchamos a personas decir: “Me siento mal y no sé por qué”. Esas personas están sufriendo las consecuencias de estar insatisfechas con su propio comportamiento, pero como no lo comprenden y no lo asumen, generarán situaciones conflictivas con su entorno (transacciones cruzadas) porque buscarán al culpable afuera en lugar de ir a identificarlo ante su espejo.

Pero analicemos intrínsecamente las razones del comportamiento inadecuado en la persona, tanto con los demás como consigo mismo. Los japoneses nos dan una idea bastante clara en esta cuestión cuando repiten hasta el cansancio que el triunfo en la vida no se debe a la inteligencia sino a la disciplina.

Lo mencionan todas las veces que uno quiera escucharlos. Su cultura tan antigua les ha permitido comprender la diferencia, y sus luchas y tragedias ancestrales les han enseñado el arte de la guerra y de la supervivencia, y al final de todo, ellos han llegado a descubrir la importancia vital de la disciplina aplicada a la vida diaria.

Bien saben ellos que enfrentar un combate sin estar disciplinados implica que está perdido de antemano, pero también están convencidos de que llevar adelante una vida o cualquier otra actividad sin disciplina, del  mismo modo ellas resultarán perdidas de antemano.

La disciplina implica asumir una responsabilidad y cumplirla, y repetir el proceso cada vez que sea necesario. Para la filosofía de los japoneses, tanto la disciplina como la responsabilidad son cualidades absolutamente necesarias para tener éxito en sobrevivir. Esa forma de pensar los convierte en un pueblo adulto, sobreviviente exitoso de aniquilamientos masivos, con comportamientos maduros aún cuando se trate de la conducta de sus niños en una escuela. Los niños van a aprender mientras los adultos van a trabajar, pero todos lo hacen en forma disciplinada.

Es notable comprobar que las naciones que se devastaron entre sí durante la guerra, son hoy las potencias mundiales que ostentan el mayor poderío a todo nivel; a fuerza de angustias y sufrimientos, comprendieron que debían disciplinarse o dejarse morir, ése es el secreto.

Tanto la disciplina como la responsabilidad tienen un elemento inherente en común: el respeto. El respeto es la otra cara del amor. Tan es así, que puedo asegurar que QUIEN NO TE RESPETA NO TE AMA, y esto resulta una prueba muy sencilla de verificar, pero claro, hay que ser muy valiente para ponerlo a prueba con alguien cercano y a su vez, reconocerlo, aceptarlo y proceder en consecuencia.

Hay un antiguo dicho filosófico que reza: “Si tu ojo derecho te ofende, arráncatelo; y si tu ojo izquierdo también te ofende, arráncatelo también”, y asimismo en la Biblia, Mateo 5:27-30 el mismo Jesús dice: “Así que, si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo lejos de ti. Más te vale perder una parte del cuerpo que ser arrojado entero a la Gehena”. Allí interviene sin duda tanto la disciplina, como la responsabilidad propia y el respeto por sí mismo.

Por lo tanto, se vuelve muy sencillo encontrar la diferencia entre el niño y el adulto; el adulto ya debe a esta altura haber adquirido conciencia, el niño no necesariamente, no está aún obligado a ello. También es necesario tener muy en cuenta que las responsabilidades no bastan con asumirlas, también es necesario cumplirlas.

Para ser claros y definitorios, llamamos “responsabilidad” al cumplimiento de las obligaciones, o al cuidado que se debe tener cuando se toman decisiones importantes que puedan afectar a los demás o a uno mismo.

El adulto por su edad contrae responsabilidades y su deber es respetarlas; cuando se hace hábito el cumplir las responsabilidades, esa actitud positiva se convierte en conducta funcional, y a esa conducta de cumplimiento la podemos llamar “disciplina”.

Por otro lado, la “disciplina” se refiere al conjunto de reglas o normas cuyo cumplimiento de manera constante conducen a cierto resultado. O sea, sin disciplina, no hay resultado; o expresado aún mejor no puede haber beneficio, que es un resultado positivo.

Entonces, la fórmula para diferenciar a un adulto de un niño, no se trata de comparar la edad física o mental, sino de observar sus comportamientos. Cuando el individuo se comporta responsable y disciplinado, se trata de un adulto; cuando evade responsabilidades, cuando no aplica su conciencia al cumplimiento y al respeto, cuando no tiene disciplina, entonces, aunque por edad, por título universitario o por nivel social o económico se lo considere un adulto, en realidad se trata sólo de un niño.

Y de un niño de los que solemos llamar “malcriado”; o también nos referimos al sujeto como “inmaduro”. Lo que termina resultando peligroso para los demás que apuestan a él, y definitivamente peor para él mismo porque no solamente lo deja solo sino que lo lleva al borde del precipicio que conduce al fracaso.

De hecho conozco personalmente muchos casos así y en los comportamientros de muchos ciudadanos en la calle pueden verse reflejados todos estos conceptos. Pero luego se sentirán ofendidos si se los trata como niños y reclamarán ser tratados como adultos; ningún adulto que se comporte como adulto necesitará reclamar que se lo trate como adulto.

Ya hemos visto que si no hay disciplina, no habrá resultados coherentes ni beneficiosos. Esto es importante que el adulto lo comprenda ya que por su mayoría de edad se le ha confiado la libertad de poseer libre albedrío; entonces él puede comportarse como le dé la gana, pero debe saber que luego no puede quejarse ni lamentarse, ni culpar a otros de su falta de resultados beneficiosos en la vida y además debe hacerse responsable por sus errores.

Por ejemplo, como argentino, ya llevo 60 años escuchando la frase o bien algo similar a: “la culpa la tiene el gobierno”. O sea, de ello se podría deducir que hemos tenido al menos 60 años de gobiernos incapaces, o al menos, irresponsables. Pero deberíamos recordar que la mayoría de esos gobiernos han asumido por consecuencia de nuestro comportamiento como ciudadanos, o en otros casos, como resultado de nuestras elecciones al votarlos.

Si seguimos deduciendo, entonces concluiremos que durante 60 años al menos los ciudadanos argentinos hemos resultado inmaduros e irresponsables, y por lo tanto, nos hemos comportado infantilmente, eludiendo responsabilidades, faltando a la disciplina, lo que se verifica claramente cuando por nuestra inmadurez siempre le echamos la culpa a otro generando inevitablemente la eterna “grieta”. Esto ya sea “porque me hablas enojado” o “porque me haces enojar”, como en el ejemplo inicial que además, se trata de un diálogo real con una persona adulta inmadura.

Y aún cuando hemos probado distintas opciones SIEMPRE la culpa de que las cosas no funcionen, estará infantilmente señalada a nuestro gobierno, sea de la orientación política que sea, la tenga o no la tenga, sea civil o sea militar, elegido o impuesto. Nos ha faltado probar el gobierno dictado por la orientación religiosa como en Oriente, pero seguramente, apuesto a que también fallará.

¿O tal vez será que somos una nación contaminada fuertemente con ciudadanos inmaduros, irresponsables e indisciplinados? ¿O será ésta, en lugar de la República Argentina, la “República de los niños”? El emplazamiento físico de la República de los Niños se encuentra ubicado en Gonnet, en las afueras de la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires, predio encantador donde llevaba yo a mis niños a divertirse cuando eran pequeños. Donde debo ser coherente en confesar que allí yo también me divertía, pero en cambio, llevar adelante un país no es cuestión de diversión.

En resumen, la diferencia entre el niño y el adulto se podrá observar en cuanto a la respuesta ante la responsabilidad, el respeto a las normas comunes a todos y a la disciplina que muestre en su comportamiento cada individuo.

El niño puede tener una excusa, pero el adulto difícilmente la encuentre. Muchos adultos-niños son los que piden a Papá Noel o a los Reyes, que les traigan “un año nuevo”, pero les cuesta comprender que para que el año nuevo sea mejor que el anterior, primero la persona debe renovarse, pero también en el sentido de mejorarse.

He pretendido dejar en claro que cada quien puede optar por comportarse como niño o como adulto, pero que después de haber elegido, ya no puede quejarse ni reprochar a otros echándole la culpa de las consecuencias de su propia elección. Allí entonces podrá comprobarse la diferencia entre el niño que está dispuesto a culpar a otro para no recibir su castigo, y el adulto, que debe asumir la indeclinable responsabilidad de conducir su propia vida y luego hacerse cargo de los resultados.

El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo

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