EL DAÑO QUE PRODUCE LA IMPACIENCIA
Hace mucho había dos reinos separados por un arroyo, que vivían en paz y amistad. Un día, uno de los reyes, el Rey Azul, le escribió un mensaje a su amigo, el Rey Rojo, que decía:
– “Enviadme de regalo un cerdo azul con la cola roja o…” y allí terminó el mensaje que por ser impaciente, el Rey Azul envió de inmediato al Rey Rojo, sin siquiera terminar de escribirlo.
El Rey Rojo lo recibió y leyó el mensaje trunco, y de inmediato, sin pensarlo porque también era impaciente, respondió y envió rápidamente la esquela que decía:
– “No tengo un cerdo azul con la cola roja pero si lo tuviera…” sin terminarla. El Rey Azul recibió de inmediato la respuesta, y se indignó pensando: “… si lo tuviera no te lo enviaría”, y rápidamente envió a un grupo de sus soldados a cruzar el arroyo al galope, a pedirle aclaraciones al Rey Rojo.
Cuando los soldados del Rey Rojo vieron galopar hacia ellos a los soldados del Reino Azul, gritaron sin esperar:
– “¡Nos atacan, los soldados del Rey Azul nos atacan!” y movilizaron sus tropas saliendo de inmediato a confrontar a los soldados Azules, quienes al ver el despliegue, retrocedieron y gritaron:
– “¡Los soldados Rojos vienen por nosotros, defiendan el castillo!”.
Sin tiempo para dialogar, ambos ejércitos se trenzaron en batalla, y cuando ya no quedaban soldados, los ciudadanos salieron con palos y hachas a defender cada uno su reino respectivo. Al final, cuando todo se había destruído, se encontraron frente a frente agotados, ambos reyes; entonces el Rey Azul preguntó:
– “¿Qué quisiste decirme con eso de que no tenías… pero que si lo tuvieras…? ¿No me lo enviarías?”
El Rey Rojo se tomó la cabeza y le respondió:
– “Que no tenía, pero que si lo tuviera te lo enviaría gustoso”, y a continuación preguntó:
– “¿Y qué quisiste decir con eso de “un cerdo azul con la cola roja o…”
– “Pues que si no lo tenías, me enviaras cualquier otro…”
Los reinos estaban destruídos, la mayoría de sus ciudadanos y soldados heridos o muertos, y los reyes devastados y arrepentidos. ¿Qué causó semejante destrucción? ¿La impaciencia? ¿La intolerancia?
La impaciencia es una actitud perjudicial de una persona que motiva que siempre haya dos partes que sufren; la impaciente porque no puede reprimir su necesidad imperiosa de que las cosas se resuelvan a su modo, y ahora ya (pero mejor si hubiera sucedido ayer) y la que debe soportar al impaciente, porque éste le impone cierto grado de presión que se vuelve palpable y ominosa, ya que a nadie le gusta tener que hacer las cosas bajo presión de otro.
Por eso, la impaciencia es como un cuchillo de dos filos que daña tanto al impaciente como al que debe soportarlo, es decir, al paciente que le tiene paciencia al impaciente.
De paso, diré que nunca entendí que a los enfermos que acuden al médico se les llame “pacientes” siendo que sin duda por dolor o por urgencia, han buscado ayuda médica y seguramente están impacientes por ser auxiliados; o será tal vez porque no tengan otra salida que esperar pacientemente a los tiempos de quienes los auxiliarán.
Dejando de lado esa ironía, también se me ocurre que sería interesante que pudiéramos encontrar la definición de “impaciencia” como antónimo de “paciencia”. Si bien “paciencia” significa calma o tranquilidad para esperar, tal vez podría considerarse también como que la “paciencia” proviene de la “paz-ciencia”, en cuyo caso estaríamos hablando de la habilidad de manejarse con la paz. Si los reyes del cuento hubieran tenido paciencia, hubiera prevalecido la paz.
Tiene sentido desde el punto en que cuando alguien soporta a otro y le tiene paciencia, en realidad trabaja por que haya paz entre ambos, en lugar de perder la paciencia y hacer que se complique la situación, es decir, que la Transacción entre ambos se cruce produciéndose un momento tenso y de disgusto.
¿Sabes cómo llamaban al arroyo que separaba a ambos reinos impacientes del cuento? “Arroyo de la paz” porque siempre los reinos habían convivido en paz, pero separados por el arroyo.
Déjame contarte que habiendo sido yo un impaciente en los primeros años de juventud, un día, tal como los reyes, comprendí que la impaciencia era una actitud muy perjudicial y que no sólo me hacía daño sino que dañaba a los demás; y entonces decidí hacer un experimento en el cual yo debía esperar contando hasta 10 antes de abrir la boca nuevamente.
Intenté averiguar qué peligro mortal yo podría correr si esperaba y tenía paciencia, tanto para mis propósitos como cuando interactuaba con otras personas, y descubrí que ninguno, al contrario, todo se resolvía más fluída y confortablemente.
Y me sorprendí al ver que mientras tenía paciencia, liberando mi mente del stress de la espera, yo podía aprovechar para observar mi entorno y obtener algún beneficio, aunque fuera pequeño, de esa observación. Me di cuenta que la paciencia podía traer ventajas que antes yo no había considerado, y entonces, decidí emprender la titánica tarea de trabajar en mí para volverme paciente.
No digo que es fácil, pero sí aseguro que es posible cuando me baso en mi propia experiencia. Y más me sorprendí aún al ver que en realidad, mi esencia natal (a través de observar este aspecto en mi propia Carta Natal) era ser paciente; entonces, ¿de dónde provenía mi impaciencia?
Volví atrás en mi vida y recordé que había sido una actitud naturalmente copiada de dos nerviosos impacientes: mis padres, que respecto de mí todo lo querían “ya”. Había estado llevando a cuestas tantos años de mi vida un aprendizaje disfuncional que nada tenía que ver conmigo, y pagando los precios que esa actitud errada me traía, sin darme cuenta.
Comprobé que es mejor relajarse, soltarse a esperar, y mientras tanto observar la situación en modo “stand by” mientras no haya una urgencia determinante. De ese modo uno aprende a fluir con el ritmo del entorno; por ejemplo, la velocidad a que circulamos en auto debe estar ordenada por la velocidad del entorno y de esa forma los eventuales choques serán solamente roces, con el menor daño posible.
Muchas veces en la ruta, debido al tránsito no he podido adelantar a otro que iba más lento y más adelante me he encontrado con que hubo un choque hacía minutos, donde yo justamente habría estado de no haber sido demorado por el auto de adelante de mi vehículo. Por eso, aprendí que es mejor aceptar, fluir y aprender a tener paciencia.
En nombre de mi impaciencia, hace muchos años tomé un Curso de Lectura Veloz. Me sorprendí al ver que el cerebro es capaz de leer velozmente “paquetes” de palabras y luego ordenarlas y entender el mensaje. Obvio que era la solución a mi impaciencia cuando leía algo, ya que con velocidad lograba hacerme del meollo del tema.
Pero ahora, más adulto, comprendí que de esa forma mecanizada me estaba perdiendo el sabor que tiene leer un buen escrito palabra por palabra, deleitarme en las frases, desmenuzar cada oración hasta descubrir que a veces hay un segundo significado enriquecedor detrás de la primera impresión, o tal vez implica una ironía o un detalle humorístico al pasar, que de usar la Lectura Veloz “especial para impacientes”, me lo hubiera perdido.
A veces, cuando busco un contenido en especial, hago uso de esa manera veloz de investigar páginas hasta detenerme en el punto que deseo, pero hay cierta satisfacción en leer y saborear cada palabra cuando el escrito está bien hecho, y además, se aprende mucho sobre ortografía y gramática.
Cuando veo automovilistas impacientes por llegar a su destino de vacaciones, yo comprendo que ellos no comprenden que las vacaciones comienzan cuando uno ha dejado de trabajar, y que el viaje, es parte del evento y por lo tanto, merece ser disfrutado como experiencia distinta.
Una vez, durante una Lectura de Registros Akáshicos, mis Guías comentaron que me era conveniente controlar mi impaciencia. Sorprendido por esto, respondí: “Pero… si yo no soy impaciente”, claro, porque uno mismo por lo general no se da cuenta de sus propias características de la misma forma que otro que lo está observando desde afuera.
Ellos respondieron de inmediato: “Por ejemplo, cuando vas por la ruta y pasas de largo un cartel indicador, y luego tienes que frenar y dar marcha atrás para leerlo”, y allí entonces yo largué la carcajada, porque tal cual ha sido así. Evidentemente, aunque yo creía que viajaba solo, Ellos viajaban conmigo en esas instancias, y siempre están en todo momento acompañándome como lo hacen los Guías de todas las personas, cumpliendo su función de acompañamiento y protección que no siempre les agradecemos, porque muchas veces no sabemos que es así. Y si alguna vez lo hemos escuchado, no lo creemos, hasta que un día Ellos se manifiestan con suma claridad y contundencia cuando estamos desesperados por una respuesta.
Resulta cómico comprobar que mis Guías sabiendo que tiendo a ser impaciente, muchas veces, antes de que la persona a quien le estoy haciendo la Lectura de Registros termine de formular su pregunta, ya Ellos me están mostrando una imagen o una frase como respuesta; lo mismo hacen cuando realizo una tirada de Tarot, y por eso les rindo mi homenaje y reitero mi gran afecto por Ellos y su Misión silenciosa.
Cuando hoy observo la impaciencia en los otros impacientes, me apeno al ver su error y los compadezco, sobre todo a sus hígados, a sus sistemas nerviosos y circulatorios, y también a sus sistemas digestivos, que a la larga pagan el precio del stress impaciente de sus respectivos dueños.
A estos años he comprendido (nunca es tarde para aprender) que me resulta mejor insistir en practicar la disciplina de volverme “paciente de mí mismo”, que terminar siendo a la larga un “paciente de los médicos” o encontrarme con mi reino destruído como los reyes del cuento.
El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo
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