LOS REYES QUE VIVEN COMO ESCLAVOS

Desde el principio de la Humanidad, el hombre sintió la necesidad de agruparse en clanes o familias con el fin de sobrevivir; poco a poco fue construyendo una organización, tal vez observando el comportamiento de hormigas y abejas, y llegando a la conclusión que el agruparse y organizarse podía traerle muchos beneficios, incluyendo la supervivencia como individuo.

Con el tiempo, también comprendió que para hacerse de esos beneficios debía necesariamente pagar un precio por ellos; que no existían derechos que no llevaran consigo una obligación. Salir a cazar en grupo era más efectivo, pero al final del día había que compartir lo que se había cazado.

Sentía probablemente la tranquilidad de que podía esperarle el fuego encendido en la cueva pero que aquella persona encargada de mantener ese fuego debía ser a su vez recompensada con comida, y eso lo obligaba a conseguir bastante más de lo que era sólo necesario para su subsistencia personal.

Por estas razones de supervivencia se agrupó entonces con otros seres humanos primitivos y copiando la conducta de los chimpancés, se integró como parte de un clan o tribu, y allí descubrió que había individuos con más carácter, con más fuerza o con más inteligencia, y que a ellos debía subordinarse. Naturalmente fue surgiendo una clasificación natural dentro de la cual debió pelear por encontrar su lugar y luego luchar para mantenerlo.

Alguien, imponiendo su fuerza, podía decidir unilateralmente que no compartiría con los demás, pero a la corta o a la larga debía comprender que si no compartía con el grupo se quedaba sin el grupo que lo hacía fuerte, o bien porque lo abandonaban, o bien, porque se morían o eran tan débiles que no le servían a sus intenciones de grupo. Como un rey que ha quedado sin reino.

Surgieron entonces las categorías de los que mandan y las categorías de los que obedecen; lo que hoy llamaríamos “reyes” y “esclavos”. Los “reyes” tenían ciertos derechos que los esclavos no tenían, pero también debían responder con obligaciones, sobre todo a la hora de defender la supervivencia del grupo frente al ataque de otro. El rey debía ir al frente, a dirigir el ataque o la defensa para demostrar que era necesario para el grupo, y que lo defendía como su propiedad.

Esta organización primitiva ha llegado hasta nuestros días, con sus virtudes y sus defectos. La característica de este sistema tribal aún no ha sido capaz de superar el concepto de “esclavo”, dado que aún quienes ocupan el lugar de reyes están esclavizados por sus obligaciones, que si son descuidadas, los llevarán rápidamente a perder “su corona”. En esencia entonces, tanto reyes como esclavos, están esclavizados por el mismo sistema creado y aceptado por ellos mismos, de una forma o de otra.

Lo triste de esta situación es que no hay manera de salir de estos límites si no se apela a la evolución personal y al amor; tal vez el amor no necesite de la evolución, pero sí la evolución necesita del amor, porque de otro modo no se podrá evolucionar en equilibrio, y tendríamos simplemente una organización como las hormigas, puramente mecánica, donde cada individuo se concentra exclusivamente en lo que tiene que hacer.

Sin embargo, existen civilizaciones “superiores” que se basan estrictamente en la cerrada organización y en la evolución sin amor. Y estas civilizaciones, han perdurado desde hace millones de años. Su organización y su evolución los vuelve prácticamente invencibles, porque no dejan grietas, pero están carentes por completo de emociones y sentimientos, y por ello esclavizan sin ningún remordimiento al ser humano, tanto a reyes como a esclavos.

Ahora, cabe una pregunta incómoda: ¿Acaso el ser humano no esclaviza a los animales y a los vegetales para su servicio y su alimento? ¿A quién se le caen las lágrimas cuando está comiendo un asado, pensando que eso que está comiendo podría ser un ternero pastando tranquilamente en un prado, al lado de su madre, la vaca? Podría decirse entonces que el ser humano admite como cosa normal sobrevivir a costa de otras vidas y por eso sigue absolutamente esclavo del sistema creado y que en su especie, prácticamente no existe nadie que de alguna manera no lo sea.

En esta escala de capacidades, naturalmente se situaría a estas civilizaciones superiores en el rol de reyes. Sin embargo, estos seres más evolucionados son aún más esclavos que nosotros, sus propios esclavos; ellos no tienen reyes, pero su supervivencia está subordinada a mantener su supremacía, y su supremacía está subordinada a su organización, convirtiéndose así en esclavos de su organización. No conciben otra libertad que contribuir a su organización, puesto que individualmente no son nada, lo que ha quedado demostrado cuando se han capturado individuos aislados, incapaces de sobrevivir sin su grupo, y comportándose como un ratón asustado.

Tal vez alguien (o ellos mismos) se considere como parte de la especie perfecta, o al menos en el camino de la perfección tal como ellos la conciben, pero sin embargo, a pesar de ser tan fríamente perfectos, siempre serán esclavos porque son solamente “máquinas vivientes” con poca diferencia de la hormiga (salvo sus capacidades especiales desarrolladas a través de millones de años), y porque, claro, nunca podrán hacerse dueños del amor porque no lo conocen ni lo comprenden.

Hace poco, los japoneses (descendientes directos de la hibridación de estas razas ET) comentaron que son líderes tecnológicos no porque son más inteligentes, sino porque son más organizados; que la organización siempre vencerá a la inteligencia; pero nunca nombraron al amor.

Sin embargo, sus adolescentes, cuando no se sienten capaces de alcanzar los altos estándares que les son impuestos por su sociedad tan organizada, se sienten tan fuera del sistema y tan carentes de amor, que se suicidan, en un claro acto de no aceptación de participar de esa sociedad fría, exigente, mecánica y que menosprecia el valor del amor.

Allí podemos ver claramente que su grupo social se centra en la organización, la evolución y la exigencia, pero no en el amor, en la contención, en la empatía. Seguimos al mismo nivel que la hormiga organizada. El humano, así como estas otras razas ET, se convierten así en poco más que un insecto, aunque más elaborado pero con menor capacidad de supervivencia.

Estas otras civilizaciones mencionadas anteriormente, originadas fuera de este planeta, desconocen absolutamente el significado de “amor”, y sin embargo, controlan por el momento a gran parte de otras civilizaciones del universo conocido, y lo hacen a fuerza de inteligencia, organización, tecnología y dominación.

No menosprecian el amor, simplemente no saben lo que es y no forma parte de sus valores, y por eso sus grandes esfuerzos científicos no han logrado hasta hoy interpretar las emociones y los sentimientos humanos, a los que consideran equivocadamente como la razón de nuestra debilidad.

Ellos no conocen, por ejemplo, el miedo; pero sí el estado de alerta y la prevención elemental, necesarias para su supervivencia. Sin embargo, no pueden comprender ese sentimiento de amor con que viene de por sí incorporado el ser humano, y aún cuando genéticamente pueden producir humanos híbridos, éstos resultan estériles en el sentido de que no saben sentir amor y en su contacto con otros seres humanos, sólo pueden intentar imitarlo, pero no sentirlo en forma natural. Es como si un ciego quisiera interpretar y diferenciar los colores, lo que lamentablemente está fuera de su alcance.

Esto indica que en realidad, aunque nos tienen esclavizados, no son ellos los reyes, sino nosotros,  los que somos capaces de sentir amor. Ellos, dado que nos esclavizan serían los reyes que viven como esclavos; nosotros, los que tenemos algo que ellos son incapaces de comprender, el amor, somos por eso reyes, pero que también vivimos esclavizados. Tanto ellos como nosotros, somos reyes que vivimos como esclavos, en un sentido o en el otro.

Los humanos parecemos ser tanto más incapaces de evolucionar como personas cuanto más nos rodeamos de tecnología, utilizando los recursos y la ciencia en controlar y esclavizar a otros seres humanos, inclusive eliminándolos fríamente sin el menor remordimiento y asignándoles simplemente el nombre de “daños colaterales”. Allí, en ese caso, estamos mostrando que no tenemos evolución ni tenemos amor, siendo que el amor es la única variable no contemplada, ni controlada, ni mesurable científicamente, que nos hace distintos, que nos hace reyes. Nuestra corona dorada no es otra cosa que el amor que podamos sentir.

¿No sería maravilloso algún día llegar a un estado en el que ya no hubiera esclavos, en el que todos fuéramos reyes, pero libres en el amor de forma tan natural que ni aún el amor nos hiciera esclavos de él? ¿Que fuéramos capaces de sentir amor sólo por amor? Pienso que con el tiempo, necesariamente obtendremos evolución tecnológica; lo que no estoy seguro es que con ese mismo tiempo evolucione nuestra capacidad de amar, para de una vez ser en verdad reyes y dejar para siempre de ser esclavos. Mientras tanto, en otro nivel inferior de evolución tecnológica, pero al igual que ellos (las “civilizaciones superiores”) seguiremos siendo reyes que vivimos como esclavos.

El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo

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