¿POR QUÉ O PARA QUÉ?

Algo que en ocasiones nos desespera es no comprender el porqué de ciertas situaciones angustiantes que nos rodean. Como causa de sentir frustración puede encontrarse el no saber siquiera por qué no sucedió lo que esperábamos o bien, no llegar a comprender porqué además sucedió algo que no esperábamos, o bien, ni siquiera vislumbrar qué es lo que deberíamos aprender de ese fracaso.

Ese sentimiento de no entender dónde estamos parados es una horrible sensación de inseguridad que atenaza nuestra garganta siendo que la seguridad siempre ha sido un factor elemental para que la existencia del ser humano no sea miserable, desde las épocas en que vivíamos en la caverna.

En tales casos, algunas personas religiosas pueden inclinarse a sentirse castigadas, a encerrarse en una culpa imaginaria o bien, o a liberarse pensando que ha sido la voluntad de algún poder superior cuyos propósitos no comprenden. Otros pueden pensar que así estaba escrito que debía suceder, o que se debe sencillamente al karma, o cualquiera otra actitud de este tipo ante la circunstancia.

Cualquiera de estas reacciones puede estarnos liberando falsamente de la verdadera responsabilidad: hacernos cargo de enfrentar la situación tomando el toro por las astas a fin de resolverla.

Pero cuando estamos realmente preocupados, muchas veces ante los extraños sucesos de la vida nos estrujamos la mente preguntándonos “¿Por qué?” y por lo general, nunca encontramos una respuesta valedera que nos conforme. Y es que en todo caso, la pregunta debería ser: “¿Para qué?”; es decir “¿Para que nos inclinemos hacia dónde? ¿Para que aprendamos qué cosa? ¿Para que cambie qué?”, porque todo lo que ocurre es fruto del movimiento de cada pequeño engranaje del Universo y no se mueve porque sí ya que está unido a la Mecánica del TODO y debe ser tomado con esa consideración, con esa amplitud de pensamiento. Todo tiene un objetivo, un “para que” y la gracia consiste en comprender cual es y seguir adelante.

Cuando nació mi primer hija, los médicos me indicaron que poseía una discapacidad, posiblemente el Síndrome de Down. Dado que la madre no bien la vió expresó: “Esa nena no es normal, yo no la quiero” como si se tratara de un vestido fallado, se despreocupó de la beba, y entonces yo, en un desconcierto total debí hacer de padre y madre sacando fuerzas de donde no había, y llegó a tal punto mi desesperación que un cierto día en soledad, el dolor y la angustia me derrumbaron.

Literalmente, sin fuerzas y en el suelo, desconcertado me tomé la cabeza con las manos y me pregunté: “¿Por qué a mí?” creyendo, como es costumbre por la ignorancia popular que tal situación se trataba de un castigo e intentando comprender porqué pasaba ese desastre en mi vida.

Lo comprendí años más tarde cuando supe que el hecho era una distinción del Universo hacia mí, que me había sido concedido instalar esa prueba dentro de mi Proyecto de Vida para superarme a mí mismo al tener que enfrentar una situación semejante; es necesario contar con una gran capacidad de amar, o bien, desarrollar al máximo la que ya uno tiene, o de lo contrario aprender a tenerla, y por eso, tal circunstancia no está reservada para una persona cualquiera, porque posiblemente una persona que no tuviese un cierto grado de fortaleza interna no lo soportaría.

Inmediatamente, como un martillazo en la nuca, seguido a mi pregunta de “¿Por qué a mí?” escuché en mi cabeza una voz que me decía en tono firme e impersonal: “¿Y por qué no a vos?”.

Otro enorme desconcierto, porque nunca me había sucedido algo similar. Quedé muy sorprendido, no solamente por las palabras retumbando en mi cabeza sino por el significado de tales palabras.

En ese momento no lo comprendía, pero estaba siendo objeto de dos bendiciones muy especiales: una, que luego descubrí con los años, que los niños especiales forman padres especiales, y la otra que por primera vez, gracias a esa situación angustiosa pude abrir los canales de comunicación directa con mi Ser Interior y a través de mis Guías pude comenzar a recibir respuestas cada vez más claras y certeras, que en más de una ocasión me orientaron en la oscuridad y en otras, hasta llegaron a salvarme la vida.

Ese aprendizaje, comenzar a aceptar las situaciones asumiendo la postura apropiada, significa dejarse llevar hacia aprovechar cualquier mínimo aspecto de la vida dándole la bienvenida como una oportunidad que seguramente en algún momento futuro nos traerá un beneficio inesperado, cuando hayamos aprendido a descubrir el camino en medio de la noche oscura que en ese momento nos rodea.

Según nuestra Carta Natal nunca podrá sucedernos aquello que no está señalado o permitido en ella, razón que señala que sea lo que sea que pase, eso tiene un objetivo de aprendizaje en el detallado Plan de Vida de cada persona.

Siendo que la Carta Natal muestra las condiciones de nuestro nacimiento y aún, de cómo será nuestra muerte, no es casual el contenido de ese Plan de Vida, ese anteproyecto que ha sido prediseñado fuera del cuerpo en armonía con el Plan del Universo cuando nuestra conciencia tiene el 100% disponible de su capacidad intelectual y sensorial, antes de nacer en este plano.

¿Podemos descartarlo y descalificarlo, siendo que cuando estamos encarnados en materia solamente utilizamos el 10% de dicha capacidad? Sería como juzgar apresuradamente el contenido entero de un libro por haber leído tan sólo una hoja de en medio; seguramente a cualquier persona normal esa conclusión le sonaría como prejuiciosa e irracional.  Por otra parte, es natural y muy humano que cuando nos toca llorar nos olvidemos de todas las veces que nos tocó reír, y que fueron muchas más.

Pues eso mismo hacemos cuando cuestionamos y juzgamos en forma apresurada los sucesos aparentemente buenos o malos que nos trae cada día nuestro Proyecto de Vida; el agradecerlos y aceptarlos de buen grado nos dará una gran paz y nos brindará alguna nueva oportunidad de ponernos en marcha y así hacernos de algún beneficio inesperado.

Esa postura de aprendizaje es conocida con el nombre de Resiliencia; no dejarnos derrumbar, o bien en el caso de caernos tener las fuerzas para levantarnos, pero siempre aprendiendo de la experiencia para volvernos más adultos y sabios a fin de resolver otras situaciones más complejas en el futuro. Este último requisito es fundamentalmente valioso porque representa algo que satisface al alma de cada uno, que así comprueba que la conciencia mundana está evolucionando.

El contenido de ese “Por qué” no siempre nos deja conformes. En cambio el “Para qué” desvía inmediatamente la atención ya que en lugar de bloquearnos en ese conflicto nos permite mirar por encima a fin de intentar ver lo que puede encontrarse detrás del mismo y nos ayuda a concentrarnos en la respuesta en lugar de hacerlo en el problema.

Diferenciándose del “Por qué”, el “Para qué” tiene un aroma a esperanza ya que prevé alcanzar un objetivo mientras que el “Por qué” nos rodea de oscuridad, confusión y misterio, que tiende a estancarnos cuando no logramos discernir lo que pasa.

Mis Guías Espirituales me han aconsejado que no intente comprender los hechos de la vida de primer intento, sino que la actitud inmediata debería ser “dar la bienvenida” a la situación a fin de hacerme cargo de ella sin cuestionamientos, tal como un niño acepta la tarea escolar que su maestra le asigna y se concentra en resolverla, y recién entonces puede ser que logre estar en condiciones de comprenderla.

Otras veces, en el fin del proceso, entender el “Por qué” pasa a ser irrelevante frente a las variantes que se presentan al proceder según el “Para qué” y las oportunidades que se abren en consecuencia.

Esto sería algo así como salirse de la posición conflictiva y observarla desde un tercer punto de vista imparcial que no sólo nos habilita a otra nueva perspectiva sino que permite vernos a nosotros mismos a fin de conseguir darnos cuenta donde y de qué forma estamos parados ante la situación.

En el consultorio, a veces llega alguien que me pregunta: “¿Cuál es mi misión en esta vida?”. Yo siento entonces unas ganas tremendas de responderle, casi en un grito emocionado: “¡Vivir!”. Pero ya he tomado conciencia de que esa breve pero maravillosa palabra es demasiado pequeñita para que la persona en ese momento pueda dimensionar de pronto su amplio significado.

Por supuesto, debo aclarar que respecto de la misión, no todos hemos reencarnado para el mismo objetivo, hay muchas posibilidades distintas de aprendizaje; no todos nacemos para ser profesionales, granjeros, empleados, empresarios, o viajeros. Si bien la misión es aprender y crecer, hay muchas formas distintas de hacerlo. Comprender eso nos liberaría de juzgar y condenar a los demás.

Eso lo veremos representado en el Nodo Norte ubicado en cada Carta Natal, pero me estoy refiriendo a “vivir” como la acción de experimentar plenamente todos los aspectos cotidianos obteniendo de los detalles de cada uno de ellos, por mínimo que sea, su beneficio escondido.

Porque no debe quedar la menor duda que cada hecho trae una oportunidad disimulada y su correspondiente beneficio, pero a veces, aparece como un lingote de oro envuelto en papel de diario viejo al que no le prestaremos atención porque nos dejamos llevar por prejuicios y apariencias.

El “porqué” de la situación nos distrae del verdadero objetivo que es aprender, y nos encierra en un interrogante que no siempre tiene respuesta; en tal caso, es muy probable que la falta de esperanzas nos deje bloqueados en un callejón sin salida. Y de allí, a entregarnos a la depresión al sentirnos ahogados, sólo hay un breve paso; lo sé porque lo he vivido personalmente.

Ese “¿Por qué?” hasta incluso tiene un aspecto cuestionador negativo y soberbio tal como fuera mi pregunta: “¿Por qué A MÍ?” a la que correspondió aquella cachetada que me traía una buena dosis de humildad en ese “¿Y por qué no a vos?”.

A lo que racionalmente me respondí, cuando pude reaccionar: “Claro, por supuesto, esto le pasa también a otras personas; ¿Qué me excluye de ese colectivo a mí en particular que impida que me pase una situación similar?”. Ese inesperado baldazo de humildad que recibí como agua helada y que agradezco infinitamente me ayudó a superar la situación y a contemplarla desde otro punto de vista.

Años después de ese hecho una psicóloga me comentó: “Tal vez encuentres más respuestas si te preguntas Para Qué en lugar de Por Qué”. La escuché en silencio sin comprender cabalmente, mientras pensaba: “Esta mujer está loca”; ésa fue mi reacción inmediata, fruto de mi grave ignorancia en ese momento.

Más tarde comprendí que La Ignorancia resulta ser una pobre anciana que va rengueando por la vida en su desconcierto pero que tiene una hija ciega llamada Soberbia que hace que todos se pregunten de donde se origina su excesivo orgullo; la Ignorancia ha logrado convencer a su hija, la Soberbia, que no es necesario aprender nada, porque en ese caso si la Ignorancia aprendiera algo perdería su identidad y consecuentemente, la Soberbia también perdería la suya.

La Soberbia por lo tanto lleva los apellidos de su madre, la Ignorancia, y de su padre, conocido en el vecindario como el Orgullo. Forman una triste familia en la cual no han logrado aún aprender a amarse entre ellos,  y ni siquiera, a amarse a sí mismos; por eso supongo que en su ceguera familiar, ni la Ignorancia, ni la Soberbia ni el Orgullo van a darse cuenta de la necesidad de alguna vez preguntarse Por Qué pero mucho menos Para Qué.

El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo

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