EL SENTIDO DE COMPROMISO

Para quienes hemos vivido otras épocas, es llamativo ver cómo se ha ido relajando progresivamente el concepto de lo que llamamos COMPROMISO. Un compromiso es una OBLIGACIÓN que hemos contraído con otra persona o bien, con nosotros mismos, lo que en definitiva, luego vamos a ver que en esencia es lo mismo.

Por supuesto que toda obligación debida a un compromiso suele traer consigo un cierto grado de fastidio porque se trata de algo que debemos hacer aún cuando no tengamos las ganas de hacerlo. Demos un ejemplo, para ir aclarándolo, cuando le llega a la persona el momento de abonar el alquiler. Es una obligación que a veces resulta un fardo pesado del que no podemos liberarnos.

Pero al igual que en toda actividad, actitud o pensamiento del ser humano, aún cuando puedan observarse distintos aspectos, en general nuestra mente lineal va a considerar uno solo, normalmente el que nuestras costumbres o creencias nos sugieren y que aceptamos tal cual viene sin cuestionarnos si podría ser de otra forma.

Por ejemplo, esa persona en lugar de estar fastidiada porque ha llegado el día en que hay que pagar el alquiler, tal vez le serviría considerarlo como un hecho de alivio en lugar de una carga. Imaginemos por ejemplo, que el propietario le hubiera comunicado que tiene que mudarse porque ha decidido no renovar el contrato del alquiler; esta nueva situación le generará un problema mucho mayor que simplemente el tener que pagar la cuota como todos los meses.

Con este ejemplo simple busco llamar la atención a que, como escribiera sabiamente Ramón de Campoamor: “Todo es según el color del cristal con que se mira”, y de esa forma, cualquiera de los aspectos de la vida puede tener dos o más caras, de las cuales generalmente sólo contemplamos una sola. Y no siempre, la más conveniente o beneficiosa.

El compromiso entonces también puede traer consigo otros aspectos positivos, como ser, la satisfacción de tener que hacer algo por otra persona, siendo que si estuviéramos solos en una isla desierta, no tendríamos compromisos con nadie pero tampoco dispondríamos de la colaboración o la compañía de alguien.

Otro aspecto podría ser la consideración  de que, de no hacernos cargo de ese compromiso las consecuencias serían peores, como por ejemplo: le hemos solicitado el servicio eléctrico a la compañía de electricidad, y si no abonamos la factura en el plazo estipulado, puede que nos sea interrumpido ese servicio esencial para nuestra vida y nuestras actividades, familiares y/o comerciales, lo que causará mayores problemas.

La clave entonces sería darle la bienvenida y tomar una actitud de aceptación grata frente al compromiso, asumiéndolo como un nuevo desafío que nos hará sentir gratificados cuando se cumpla.

El mecánico toma un compromiso al aceptar para reparar el auto de un cliente, y sabe que esto le llevará cierto trabajo y cierto tiempo, pero también sabe que obtendrá la gratificación de cobrar por sus servicios y así, podrá abonar su factura de electricidad, por ejemplo.

A veces, el compromiso es con nosotros mismos; por ejemplo, estudiar determinado curso o un tema en particular, o una carrera universitaria. En ese caso, nuestros primeros pasos deberán ser un compromiso de inversión, pero luego vendrá la recompensa. Y esto resulta clave para conseguir las fuerzas necesarias que ayudan para llevar adelante el compromiso: la expectación del beneficio consecuente.

El visualizar permanentemente el final del camino, o también los beneficios que ello nos traerá, nos ayudará a tomar fuerzas para cumplir con el compromiso, y dicha visualización, cuando se mantiene constante en el tiempo, quedará tan impresa en nuestro inconsciente que el mismo no tendrá dudas en que materializar dicha visión será muy importante para nosotros.

Y entonces, el inconsciente estará dispuesto a colaborar en que tal o cual logro se vean concretados.

Sería la misma actitud de aquel campesino que trabaja la tierra, siembra, riega y espera a que salgan los primeros brotes. Él sabe bien que si no se hace cargo de ese compromiso de trabajar bajo ciertos tiempos, cuando llegue el momento de cosecha, no habrán resultados. Y convencido de obtener esos resultados, pondrá una cuota de amor y esperanza en cada semilla, lo que movilizará una corriente energética creadora que como retorno, colaborará con sus propósitos.

Hay un conocido interrogante que utilizaremos para ayudar a describir la situación del compromiso: supongamos que tres ranas se encuentran a la orilla de una laguna, pero dos de ellas deciden saltar al agua… entonces ¿Cuántas quedan en tierra? La respuesta obvia parecería ser “una sola”, pero sin embargo la respuesta correcta será “tres, o bien, todas”, porque en definitiva dos han decidido saltar pero sólo se trata de una decisión, no de un compromiso con ellas mismas que si es ejecutado, significaría “realmente haber saltado al agua”.

Dos de ellas decidieron, pero no se ha especificado que alguna haya saltado, o sea que en tierra quedan las mismas tres que contemplaban el agua, ya que ninguna plasmó su compromiso. Esto suele mostrar que no contemplamos todos los aspectos de la cuestión, o sea, que somos poco exigentes y estrictos: nos quedamos con que las ranas “decidieron” saltar al agua y ya damos por supuesto que a continuación, ya están en el agua.

Así suele sucedernos; a veces decidimos hacer tal cosa, pero no la ponemos en práctica porque no asumimos el compromiso de materializar aquello que hemos decidido hacer. En tal caso, no hemos cumplido con nuestro propósito, solamente hemos pensado en hacerlo.

Y eso es lo que está ocurriendo cada vez más frecuentemente en nuestra sociedad: llenamos nuestras palabras de buenas intenciones y promesas, pero sin asumir el debido compromiso, o sea, sin aceptar realmente la responsabilidad de hacernos cargo.

Suelo escuchar a mucha gente quejarse de que el plomero, o el del aire acondicionado o el pintor, o quien sea, prometió venir a solucionar el problema y la persona en cuestión “está esperando” pero el hecho no se manifiesta, por lo que se siente injustamente defraudada y fastidiada.

Hay muchas personas que hoy acostumbran alegremente a faltar a sus compromisos sin mayores cargos de conciencia, y expreso “alegremente” porque cuando se les hace notar su falta, lo toman con una gran sonrisa de satisfacción y nos dicen que no pueden hacerse problema por eso, que no debemos ser tan estrictos.

Cada día su número crece, y ese mal ejemplo cunde porque no hay responsabilidad ni tampoco se penaliza como cuando en una obra de construcción de cierta magnitud se establece una penalidad económica diaria por el atraso en la terminación de la obra y en la entrega ya finalizada.

También los hijos, los empleados, los que presencian el ejemplo del irresponsable van aprendiendo que si no se cumple, no pasa nada, y así también se vuelven irresponsables. Es un virus que provoca una pandemia. Lo podemos ver claramente en la relajación del sistema judicial cuando nos sorprende un fallo en el cual es más condenada la víctima que el victimario.

La falta de cumplimiento es lo que hoy hace que nadie esté dispuesto a ayudar dando prestado algo a alguien porque sabe que luego tendrá un serio problema para que se lo devuelva, e incluso, que eso motivará el distanciamiento y la pérdida del bien. Así, el incumplidor se perjudica a sí mismo al no cumplir.

Muchas personas, demasiadas, prometen, deciden, proponen, pero no ejecutan. Comienzan en la escuela primaria con una disciplina permisiva y se van formando en la actitud nefasta de no cumplir con sus compromisos, e incluso se atreven a ir aún más allá, como suele suceder hoy en día: hasta se enojan cuando se les reclama que no han cumplido, se ofenden, se molestan, se vuelven agresivos cuando en realidad la víctima es el otro que no ha recibido lo que le pertenece como corresponde.

Por eso, entonces, el asunto del compromiso en realidad incumbe más hacia sí mismo que hacia los demás, porque ya casi todos estamos acostumbrados a que no se cumplan las promesas. Pero hay alguien que no olvida, y ése habita en la misma persona que no cumple, y se le conoce como “conciencia”.

Esa conciencia, cuando no está preservada como corresponde y educada hacia el respeto, luego tampoco tomará compromiso en los logros que la persona busque; es como un empleado de la persona que se acostumbra a que “no te compliques, aquí las cosas se hacen de esta forma” (incumpliendo) y tal cual así se comportará porque ésa es la filosofía del lugar.

Digamos que si las personas no toman conciencia de su compromiso y diluyen las responsabilidades, faltando el respeto a su entorno, así su entorno les pagará con la misma moneda.

Y en este caso como su conciencia se ha acostumbrado a ser demasiado elástica, tampoco ayudará prestamente en aquellas situaciones en las que sería deseable que contribuyera efectivamente, porque ha retenido que “relájate, aquí las cosas se hacen de esta forma” y entonces, todo está bien como está, para qué preocuparse en cumplir, si en todo caso, todo está inmerso en la corriente de “si total, nadie cumple”.

Lamentablemente, esta falta de compromiso generalizada se expande rápidamente y hoy ya se considera que las promesas es normal que no se cumplan, al grado que tampoco exigimos a nuestros colaboradores, a nuestra familia, a nuestros gobernantes, la obligación de que cumplan responsablemente aquello que prometieron.

Eso motiva la degeneración de la esencia de la disciplina y el respeto que la sociedad debería tener con sus integrantes y a su vez, la que los integrantes deberían tener con el resto de quienes la conforman.

Y peor aún, de ese modo los que manipulan el poder se sienten habilitados para tomar decisiones unilaterales sin tener el respeto debido por sus semejantes, dado que éstos tampoco reclamarán porque a su vez, prefieren no arriesgarse a que se les reclame su contraparte.

Esto constituye la corrupción gradual y progresiva de todos los valores humanos, de la sociedad, de los países, de la familia, de las interrelaciones humanas en general. Al final, nadie puede exigir el cumplimiento de los compromisos ajenos porque a su vez, no está cumpliendo con los suyos. Eso es decadencia, es corrupción, es honrar a la mentira en lugar de la verdad; eso es involucionar como seres humanos, es degradarse como especie.

No es otra cosa que faltar al compromiso con nosotros mismos, elastizar a conveniencia nuestros valores y conviciones, ponerle precio de rebaja a nuestros principios y constituye una falta de amor, no sólo con nuestros semejantes, sino, más grave aún, con nosotros mismos.

Por eso, conviene que pongas atención, porque si alguien no cumple contigo sus compromisos, entonces no te ama, pero además, nunca te amará porque es alguien que ni siquiera se ama a sí mismo. Tal es la consecuencia nefasta de acostumbrarse a faltar al compromiso.

El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo

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