UN MENSAJE DESDE OTRO “MUNDO PARALELO”

Puede ser que no entiendas del todo el concepto de Mundos Paralelos, pero no te preocupes… yo tampoco, y sin embargo puedo seguir viviendo con ello. ¿Y qué de los científicos más avanzados en la comprensión del tema…? Bien, ellos dicen que tampoco; así al menos los más sinceros lo confiesan.

La sociedad científica enarbola la bandera misteriosa de la Física Cuántica para intentar explicar lo inexplicable, pero todos le atribuyen un diseño distinto a esta bandera, ya que ninguno está seguro de que lo que él enuncia es la interpretación cabal y tampoco puede demostrarlo porque intenta utilizar las herramientas equivocadas, tal como aquel que todavía no ha descubierto la cuchara y pretende tomar la sopa utilizando un tenedor.

Hasta hace pocos años todos se asombraban y rendían culto a las teorías de Einstein; hoy las ponen en duda, porque hay situaciones que no coinciden ya que hay constantes que se vuelven variables de forma que no permiten encontrar las ecuaciones o los modelos matemáticos que las representen.

Yo tampoco puedo asegurar ecuaciones, como dije, y poco es lo que puedo hacer para ayudarte a comprender su teoría pero sí puedo darte ejemplos de cómo funciona. Todo el tiempo durante toda mi vida lo he presenciado, para lo cual solamente ha sido cuestión de estar atento, con los ojos abiertos: este relato es uno de esos ejemplos en los que se pone en duda la realidad.

Esto que voy a contar es absolutamente real. Corría el año 1993, aproximadamente. Recuerdo que en ese entonces había muy poco caudal de agua en las redes municipales durante el verano y cuando acabas de sembrar césped y plantar árboles, ése resulta un problema difícil de resolver, pero tienes que resolverlo.

Mi adorado parque, en aquella quinta de La Plata, necesitaba riego y yo no podía proporcionárselo en la forma apropiada por lo que probé construir cisternas para almacenar agua durante el día a fin de disponer de ella en las noches, todo lo cual me permitía regar el pasto y la línea de pinitos bebés que había dispuesto como cerco rodeando el terreno.

Cada noche, cuando aflojaba un poco el calor, regaba planta por planta hasta asegurarme que con esa ración, cada una de ellas soportaría el calor y el sol del día siguiente. A veces me sorprendía el amanecer tras haber lavado sus hojas y ramas para que respiraran mejor, y cuando terminaba mi tarea, me iba a descansar un poco.

La variedad que había elegido plantar se llama Lambertiana, una resistente integrante de la familia de los cipreses, siempre verde, verano e invierno, que suele emplearse para rodear los parques. Mientras las regaba, una por una, fui sintiéndolas no como simples plantas sino como “hijas” a las que debía alimentar y que dependían de mi cuidado; pasaba las horas de la noche acompañado por mis cachorras, a veces en silencio, a veces hablándoles, contándoles los aconteceres de ese día, mis alegrías y mis preocupaciones.

Las nombraba cariñosamente en voz alta: “Lambertianas, lambertianas…” hasta que en un momento, de tanto repetir su nombre, me surgió casualmente… “lamberti-ana” y comencé a llamarlas Ana, mientras en medio del silencio les hablaba para ayudar a que pasara la noche mientras las regaba.

Con los meses, mis “Ana Lamberti” comenzaron a afirmarse y a crecer, verdes y abundantes, por lo que tuve que pedirles el correspondiente permiso y las disculpas, porque debía encauzar sus ramas y podar el exceso ya que estaban superando los dos metros de cerco.

Pero una de ellas parecía no reaccionar; se mantenía pálida, pequeña y raquítica en comparación con la lozanía de sus hermanas. En ella me concentré porque parecía que era la que más necesitaba de mi cuidado y afecto.

Y entonces, mi atención cotidiana se volvió primordial en supervisar que esta Ana Lamberti sobreviviera, aunque lamentablemente comenzó a secarse y mostrándose enferma, a los pocos meses se secó del todo, hecho que no pude comprender ya que las demás crecían sin parar.

Creo que todo el cerco la extrañó, porque las ramas de sus hermanas vecinas se estiraron para cubrir el espacio vacío que la infortunada Anita había dejado.

Por supuesto, el césped sobrevivió, y en el verano crecía más rápidamente de lo que yo deseaba ya que me obligaba a mantenerlo prolijo ocupando mis fines de semana, puesto que el parque era muy espacioso. Para ello contaba con una máquina eléctrica que no sólo cortaba el pasto sino que molía sus restos para convertirlos en abono de esa misma tierra y pasaba las horas dedicándome a dejarlo como una alfombra verde que luego disfrutaba en admirar mientras mis perras ovejeras jugaban a perseguir a los pájaros.

A veces, el viento traía hojas de árboles, papeles, y todo lo que pudiera volar terminaba aterrizando entre el pasto; por suerte la máquina también se encargaba de molerlo salvo en ocasiones cuando llegaban volando bolsas de nylon y hojas de diario que yo debía separar para que no ensuciaran el verde del pasto.

Sin embargo, un día me distraje y como en una explosión la máquina destrozó una hoja de diario y entonces salieron volando pedacitos de papel por el aire, los que debí juntar cuidadosamente con el rastrillo. Sin embargo, uno de los innumerables trozos me llamó la atención y a pesar de que no le había dado importancia al resto de los papelitos, algo me hizo detenerme y agacharme a tomarlo en mis manos y leer lo que en él estaba escrito.

Era un aviso de los que se ponen cuando fallece una persona, y en un recuadro, simplemente decía:

“Ana Lamberti, fallecida el…” y el resto de lo que suele agregarse en esa clase de avisos.

Confieso que quedé paralizado cuando relacioné; Ana Lamberti, el mismo nombre de una de “mis hijas” que se había secado tiempo atrás, y que coincidía justamente con el nombre del aviso “casualmente” dejado a mis pies por la cortadora de césped.

Quedé sorprendido por la coincidencia de aquella otra Ana Lamberti, lambertiana, quien a pesar de mis cuidados se había secado irremediablemente. Paralelamente, otra Ana Lamberti, que también vivió en La Plata y a quien nunca conocí, me había hecho llegar de una manera muy particular una misiva participándome de su partida física de esta Dimensión.

Justamente en un aviso fúnebre, de ésos a los que nunca he prestado atención en mi vida cuando he hojeado el diario, pero que justamente ese día algo me llevó a levantar del piso y a leer.

¿Ana Lamberti estaba allí, en ese mismo instante… sonriendo ante mi expresión estupefacta? ¿Ana Lamberti se tomó el trabajo de hacerme llegar su último saludo, y tal vez de agradecer ese afecto que había brindado a “mi” Ana Lamberti, claramente notificándome de haber dejado de sufrir en la materia?

Esto parece un cuento de ficción, pero sin embargo fue real. Sincronicidad, le llaman algunos.

¿O simplemente vínculos entre mundos paralelos, entre Dimensiones interpenetradas, entre campos Cuánticos de energía cuyo comportamiento no estamos todavía en condiciones de comprender cabalmente porque aún nos falta mucho conocimiento y evolución?

Manifestaciones incomprensibles que negamos porque no podemos explicar racionalmente ya que sus efectos contradicen nuestras “leyes” y nuestras inamovibles creencias que desde siempre, nos han limitado en la comprensión de la Matrix invisible de 3D en la que estamos encerrados.

Presos en una cárcel cuyos muros sustentamos con nuestra limitada actitud, y de cuyos efectos somos responsables; más responsables cuanto más cerrados de mente y más negados a aceptar otras realidades, tercamente nos mantengamos. Porque eso justamente es lo que sostiene a la Matrix: la fuerza de nuestras creencias.

En mi concepto, está errada la denominación de Mundos Paralelos o Dimensiones Paralelas. No los concibo situados paralelamente en un Multiverso como se considera hoy, asimilados a una reunión de infinitos universos, sino que como ya dije, para mi pensamiento están “interpenetradas”, es decir, vivimos simultáneamente en todas las Dimensiones pero sólo tenemos una conciencia limitada y aislada de ésta de 3D.

Además, estamos encerrados en ella porque nunca hemos considerado seriamente la posibilidad de que podemos escapar de tales límites.

Así pareció demostrarlo la voluntad de Ana Lamberti, esa amiga desconocida, con quien algún día “en algún lugar” me encontraré y entonces nos reiremos juntos de su picardía, cuando ella pueda contarme cómo se las arregló para llegar a mí.

Porque sé muy bien que sólo muere el cuerpo y hay suficientes pruebas de ello que sólo no puede verlas quien no se anima a abrir sus ojos. Estoy convencido que de esa forma permanece eterna e inmutable la Conciencia del alma que sólo así puede volverse libre y soltarse a volar en su etérea existencia eterna.

Y de alguna manera vincularse desde “otro mundo paralelo” para dejar un saludo a un desconocido conocido y dar testimonio de que todos somos uno, así como que todos los mundos están interpenetrados en un solo punto de energía aunque la Ciencia actual aún sólo pueda asimilar su existencia considerándolos aisladamente como “Mundos paralelos”.

El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo

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