CUANDO ALGO LLEGA A TU VIDA

Cuando a Thomas Edison sus colegas le preguntaban con sorna sobre si había logrado construir su tan ansiada lamparita de filamento, él les respondía que “ya había aprendido cerca de 100 formas distintas por las cuales no se podía construir una lámparita de filamento”.

Es decir, Edison no lo consideraba como 100 intentos fracasados sino más bien como 100 aprendizajes de lo que no debía hacerse, es decir que él lo incorporaba como un conocimiento valioso, asimilado como un capital que sus colegas no habían podido adquirir.

Así, Edison les llevaba 100 experiencias de ventaja, y a la larga, tras incansables pruebas, finalmente él encontró el Tungsteno como material ideal para construir el anhelado filamento.

Luego de conocer este gran ejemplo de Resiliencia, cuando algo nuevo llega a tu vida deberías aprender a convertirlo en capital adquirido, independientemente de que sea catalogado por los demás como una ganancia o como una pérdida.

Para lograr esto, a ese “algo nuevo” deberías someterlo al proceso apropiado de forma que el hecho te resulte provechoso de algún modo, que te deje un residuo positivo de manera de obtener alguna clase de beneficio proveniente de ese algo que has experimentado.

¿Qué ventaja tienes al pasar por una experiencia difícil con respecto a alguien que no ha pasado por lo mismo? Que ahora posees alguna clase de conocimiento que antes no tenías, que ese otro alguien aún no ha podido adquirir.

Por ejemplo, un campeón mundial de boxeo no será alguien a quien nunca hayan golpeado sino más bien alguien que ha aprendido a soportar muchos golpes anteriores al grado de conseguir eludirlos o bien, fortalecido, sobrevivir a ellos.

Si me pides una definición, debo decirte que considero que el éxito es el fruto de aprender a presentar la actitud correcta ante la vida y obtener beneficios de todo hecho que nos suceda. Para ello no deberías simplemente evitarlo, ni tan sólo aceptarlo como muchos recomiendan, sino además darle la bienvenida.  

¿Cuál es la diferencia? En uno de los talleres en los que periódicamente brindo a mis alumnos, uno de estos jóvenes se encontraba confundido entre el concepto de “aceptar” y mi definición de “dar la bienvenida”, lo que me llevó a buscar una cuidadosa definición que hiciera la diferencia. Acepté el desafío de aclararlo y de ello ha resultado este artículo.

“Aceptar” representaría “recibir voluntariamente algo que se presenta”. En el concepto de aceptar está incluida sutilmente una cierta subordinación, o tal vez hasta resignación, que físicamente podría asimilarse a “bajar la cabeza” y recibir sin cuestionar, por ejemplo cuando no encontramos otra opción y decidimos que es mejor admitir la única que hay.

Así, acepto la factura de tal o cual servicio porque de no hacerlo se vencerá y no podré pagarla, y como consecuencia me cortarán el suministro, pero esto lo hago subordinándome voluntariamente, ya que desearía no verme en la situación aún más complicada de no haberla recibido.

Sin embargo, confieso que la acepto porque no me queda otro remedio, aunque no me sea grato, y allí tal vez sólo haya resignación porque representa un mal menor a que me suspendan el servicio. Pero desde otro punto de vista deberé alegrarme porque llegó correctamente en fecha y porque hubiera sido más engorroso si se hubiera perdido o no me hubiera sido entregada, debido a la pérdida de tiempo, esfuerzo y de las complicaciones de concurrir a abonarla con recargo posteriormente en la oficina respectiva.

En cambio el “dar la bienvenida” representa otra actitud que implica una mejor voluntad, con otro carácter de aceptación. Doy la bienvenida a un amigo, por ejemplo, no solamente es que lo acepto cuando llega porque no me queda otro remedio que hacerlo pasar.

Es decir, lo recibo con alegría, con buena voluntad, con expectación porque sé que vamos a compartir un momento grato, me voy a enterar de sus novedades, le voy a poder contar las mías, tal vez voy a tener la satisfacción de poder ayudarlo, o bien, tal vez él pueda ayudarme de alguna otra forma; pero de cualquier manera representa un encuentro grato.

Se trata de una Transacción Directa con alguien familiar de la cual sólo puedo obtener un beneficio agradable. No bajo la cabeza, no me subordino, al contrario, levanto la cabeza y abro los brazos para recibirlo. Desde otro punto de vista, si de una caja entera de caramelos sólo me han dado uno, debo recordar que hubiera sido peor que no me hubieran mostrado la caja y no hubiera recibido ninguno.

Así deberíamos dar la bienvenida a todo aquello que llega a nuestra vida, aún cuando sea algo que no nos gusta, y ahora explicaré porqué. Por empezar, nada llegará a nuestra vida que no sea algo que no tenga ver con nosotros mismos, debido a la Ley de Atracción. Nada ocurrirá que no sea para beneficiarnos con un aprendizaje, es decir, para obtener algún resultado que por supuesto dependerá de nosotros lograr transformarlo en un beneficio.

Veamos un ejemplo: supongamos que estamos cursando una materia relacionada a Matemáticas en la Facultad. De ningún modo, ningún profesor nos va a tomar examen sobre si conocemos las tablas de multiplicación o no, porque se da por sentado que si estamos cursando un estudio universitario, seguramente ya las hemos aprendido en los primeros años de nuestra vida.

Tampoco ese profesor dedicará una clase a enseñarnos la tabla del 2, porque seguramente ya la hemos aprendido y practicado para llegar a ese nivel. Con los hechos de la vida sucede lo mismo, sólo que muchas veces no les prestamos atención, justamente porque  si aparece que tenemos que resolver un “2 x 4” automáticamente lo entendemos como un 8 y pasamos a ocuparnos de otra cosa más complicada para resolver.

Supongo que ya queda claro que “aceptar” no siempre es recibir de buen grado, pero “dar la bienvenida” implica hasta poner en juego un cierto entusiasmo y expectación. Deberíamos “dar la bienvenida” a los hechos de la vida en la seguridad de que alguna clase de beneficio podremos obtener de ellos, aunque más no sea como aprendizaje y experiencia que nos capacite para enfrentar en otra oportunidad algún otro hecho más exigente.

Pocas veces nos ponemos a analizar cuando sucede algo en nuestro entorno que nos provoca una decepción, un dolor o una pérdida, pero que en realidad se trata de “nuestro” entorno, “nuestra” decepción, “nuestro” dolor o “nuestra” pérdida.  No tomamos conciencia que es algo que se relaciona específicamente con nosotros y que de nosotros mismos, de nuestra actitud, dependerá qué es lo que esa vivencia nos va a dejar.

Lógicamente, en ese caso mencionado, lo primero que haremos es sentirnos damnificados y heridos, en lugar de pensar que ese hecho es “nuestro” y por lo tanto tiene que ver con nuestra vida, con nuestro punto de vista, con nuestro aprendizaje y por sobre todo, que al ser “nuestro”, de alguna forma lo que nos deje eso, depende de nosotros mismos.

Y que si ha llegado a nuestra vida es porque nos está ofreciendo la oportunidad de un aprendizaje, de un desafío, de una superación y como tal deberíamos tomarlo, en lugar de solamente lamentarnos porque eso nos ha sucedido.

Podríamos también acertar a pensar que en todo caso, como ha sido algo “nuestro”, tiene que ver sólo con nosotros y por eso es nuestra responsabilidad resolverlo y además, está en nosotros mismos obtener el correspondiente crecimiento y hasta a veces el beneficio de haberlo superado; en otras palabras compete a nosotros mismos, y estará en nuestra actitud, el volverlo funcional o disfuncional, de modo que nos deje un beneficio, o sea una experiencia funcional, en vez de un trauma disfuncional.

El beneficio no hace falta explicarlo, porque cualquiera lo entenderá. La experiencia aunque haya sido negativa siempre resulta a la corta o a la larga en algo positivo puesto que incrementa el factor de Resiliencia de la persona (la capacidad de absorber presiones sin que queden huellas disfuncionales) y la beneficiará ante futuras situaciones (por ejemplo, las 100 formas aprendidas de cómo no hacer la lamparita).

Y si lo sucedido queda registrado como trauma, es porque la persona no ha sido capaz de obtener el residuo funcional de la experiencia de modo que lo fortalezca, y en este caso, lamentablemente quedará debilitada y temerosa ante futuras situaciones análogas.

Y peor aún, ante situaciones del mismo tipo que sin duda alguna se le volverán a presentar puesto que no ha obtenido todavía la porción de experiencia positiva que le sirva para su crecimiento personal. No ha conseguido aún “aprobar la materia” y deberá volver a pasar por la experiencia hasta que la aprenda convenientemente.

Dado que esta secuencia de situaciones está así programada e impresa en nuestro diseño personal, nuestro Plan de Vida (lo que puede observarse claramente en la carta Natal de cada persona) la mejor actitud que podemos tener ante la situación es acometerla ahora, ya, cuando se presenta, y de buen grado antes de que empeore porque más tarde o más temprano deberemos enfrentarla y resolverla.

Y hacerlo con la mejor actitud, dispuestos a encontrar qué és lo que viene a enseñarnos, preguntándonos ¿Para qué? ya que el simple ¿Por qué? nos iluminará sobre la línea de consecuencias, “esto pasó por aquello”, y puede permitirnos conocer para un futuro qué puede ser beneficioso y qué no, pero “Para qué” nos estará indicando cual es la posibilidad de beneficios que podremos obtener en este caso presente.

Por todo esto es que considero más positiva la actitud de recibir a los acontecimientos que llegan a nuestra vida con los brazos abiertos, o sea, con curiosidad, con expectación, con aceptación amigable en lugar de resignada, es decir… “dándole la bienvenida” cuando llega algo a tu vida.

El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo

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