LA RESPONSABILIDAD EN LAS RELACIONES (2)

Las relaciones humanas por lo general no son fáciles de llevar adelante sin tropiezos. ¿Quién alguna vez no ha experimentado esa necesidad desesperante de irse a vivir a vivir a otro planeta, lejos de las relaciones cotidianas? A ver, que levante la mano…

Los seres humanos necesitamos de las relaciones entre nosotros, ya sea de amistad, en cuestiones comerciales, familiares, afectivas, pero algunas de esas relaciones muchas veces resultan muy difíciles de llevar adelante. Es muy raro que alguien se lleve bien con todo el mundo y que todo el mundo se lleve bien con él.

En tal caso, esa persona mencionada, lejos de ser inmensamente feliz por eso, posiblemente guarda un secreto muy oculto que cuida bien de no revelar a la luz del sol. Y probablemente, además de no ser feliz, sufra. Y que, seguramente de revelarlo, o afirmarse en su personalidad, dejaría ya de llevarse bien con todos.

Por supuesto, la mediocridad es un factor que ayuda mucho en estos casos, porque una persona que está muy plantada y definida en su carácter, difícilmente se resignará a acomodarse en la ambigua zona de grises desde el blanco al negro, sin tomar partido por algo claro y concreto, acorde con sus valores y principios.

Cuando uno toma partido, automáticamente, los del otro bando pasan a ser sus contrincantes. En Argentina, por ejemplo, no se puede ser hincha de Boca y de River al mismo tiempo, peronista y radical, religioso y ateo. Solamente alguien totalmente despersonalizado, o tal vez, acomodaticio, podría hacerlo, en cuyo caso, dejaría muchas dudas sobre ser una persona confiable, honesta y auténtica.

Vivimos en un mundo dual, donde hay personas de todas clases, con intereses y formas de pensar muy distintas, así como resultan muy distintas sus creencias, sus prejuicios, sus inclinaciones, sus religiones, sus preferencias, que muchas veces terminan siendo diametralmente opuestas. ¿Cómo coincidir con todos ellos al mismo tiempo?

Obviamente, tolerando a todos sin involucrarse; pero para una persona, una vida que no sea vegetal es la única clase de vida que merece ser vivida: para ello necesariamente se debe participar, porque estamos encarnados en la materia.

De paso comento que científicamente se ha demostrado (mediante la Cámara Kirlian) que los vegetales vivos, reaccionan ante los campos energéticos y las intenciones de las personas que se les arriman, o sea, que ellos también disciernen y toman partido, aún siendo vegetales.

Por supuesto, si uno extrema el sentido de la tolerancia, cuanto más tolerante, menos enfrentamientos. Pero si uno realmente es una persona sincera, sabe bien donde está parado y mantiene relaciones francas con sus vecinos de entorno, es muy difícil compatibilizar un compromiso realmente serio “con Dios y con el Diablo”, como suele decirse.

Es prácticamente imposible; y las variables de la vida nos llevarán, tarde o temprano, a tener que elegir entre dos posiciones opuestas. Y aunque uno sea capaz de llevar adelante su vida, con la mayor de las tolerancias… ¿Cómo asegurarse que los opuestos tendrán la tolerancia suficiente como para aceptarnos?

Un ejemplo de sabiduría y tolerancia han sido siempre los budistas tibetanos, y sobre todo, su cabeza visible, Tenzin Gyatso, el Dalai Lama. Y sin embargo, han sido invadidos irrespetuosamente y sin ningún tipo de miramientos en su territorio natural por los chinos, sometiéndolos a sus leyes y a su dirigencia.

Todo esto nos muestra claramente que hay dos partes responsables (como mínimo) en toda relación y que ello implica un 50% de responsabilidad en cada parte. Hay quienes pueden balancearse sin llegar a involucrarse con ninguno de los dos extremos, pero nunca es posible hacerlo sin que signifique pagar algún tipo de precio, o de esfuerzo que a la larga, más tarde o más temprano, nos obligue a tomar la decisión de poner un límite.

Con nuestra pareja, con nuestros hijos, con nuestros amigos, con los compañeros de trabajo, siempre será necesario poner un límite. Y por lo general se suele señalar con el dedo índice a quien ha pasado el límite, pero debemos asumir que muchas veces no nos hemos planteado anticipadamente el estar de acuerdo en donde queda la raya que señala dicho límite.

Lo dejamos implícito, y luego, nos quejamos cuando salimos mal parados. Nos sentimos pisoteados y reclamamos en todo nuestro derecho, para encontrarnos que el otro lado responde que para él, el límite no estaba prefijado en el lugar que nosotros estamos señalando. O sea, también la otra parte se siente en derecho, y por lo tanto esta discusión nunca tendrá un final que deje conformes a ambos lados.

Un 50% de responsabilidad lo tiene quien sobrepasa el límite y el otro 50% es de quien debe decidir si tolera ese sobrepaso, o si lo señala y lo reclama. Y ambos son igualmente responsables si no han sabido establecer el límite adecuado de antemano. Precisamente para ello se han inventado las leyes.

El caso típico suele ser el de la pareja, o el caso de los hijos, porque representa uno de los contactos humanos que más nos duele cuando fracasa, y si lo analizamos bien, suele haber problemas a la larga cuando uno de los dos traspasa un límite y el otro se lo consiente.

Es importante notar que tolerancia es una cosa; indiferencia o indolencia, es otra. Tal vez hoy no surge el problema porque hay tolerancia, pero si esa situación se repite sin que haya una corrección, entonces habrá un problema: alguien se abusará y el otro alguien, se sentirá abusado.

El conocido dicho “dejar hacer, dejar pasar” (atribuido al francés Pierre de Nemours (1739-1817), pero también a otro francés, a Jean-Claude de Gournay (1712-1759), no tiene vigencia indefinida porque entonces los límites se diluyen y los fastidios comienzan a volverse insoportables.

Queda entonces librado a cada integrante de dicho par, asumir su grado de tolerancia ante las situaciones erradas, pero dicha permisividad resultará ser un cuchillo de doble filo al que es necesario saber manejar muy bien para no autolastimarse.

La responsabilidad entre pares, entonces, se repartiría en un 50% cada uno; si no se trata de pares, la responsabilidad siempre será mayor en el mayor, caso por ejemplo entre un padre y un hijo. Los límites y la tolerancia deberán ser administrados por el padre, por ser el mayor y el más experto. Si no hay respeto a tal acuerdo, entonces, habrá conflictos y distanciamientos muchas veces irreconciliables.

El hecho de llevar varias generaciones encima (lo expreso así para no autocatalogarme como “viejo”…) me ha permitido comprobar que los mismos padres que hoy se quejan de que sus hijos les han “pasado por encima” han sido aquellos que yo he visto que permitían a sus hijos, de pequeños, pasar sobre los límites naturales. Y que cuando yo lo mencionaba al pasar, me tildaban de intolerante.

Y que además, lo comentaban como una gracia de sus hijos, como si estas transgresiones demostraran que sus hijos eran más inteligentes que el resto y por lo tanto, provenían de “padres más inteligentes”. Padres que hoy, debo escuchar sus quejas sobre la conducta descontrolada de sus hijos, sintiéndose estúpidos, frustrados y desconcertados.

Un hecho curioso es que se haya demostrado que las probabilidades que tiene un dueño de engañar a su gato, son las mismas que tiene el gato de engañar a su dueño. Sólo que los límites y la responsabilidad, están por supuesto a cargo del dueño, quien debe educar apropiadamente a su gato, pero primero debe educarse a sí mismo.

Cuando veo el comportamiento de las mascotas descarriadas, siempre busco la analogía en sus dueños descarriados, porque la mascota tiene dos particularidades muy especiales: una, el saber detectar el vacío de poder que deje abierto su dueño, para aprovecharlo en su beneficio, y dos, la de sintonizarse con la personalidad del dueño, y sobre todo, con sus defectos.

Entonces, cuando observemos que el mundo se ha descarrilado, o al menos que nuestro mundo se ha descarrilado, es que ha llegado el momento (un poco tardío quizás) apropiado para hacerse el replanteo de la responsabilidad que tenemos en dejar que eso ocurra. Nuestro mundo sólo refleja nuestro estado de conciencia.

Lo mismo sucede cuando un gobierno se perdura en mandatos continuados en los que impera el caos, la corrupción, la degeneración de los valores, el desenfreno en las estafas de sus funcionarios, como el mundo es testigo hoy en día en varios países. Allí surge la pregunta del dicho popular: “¿Quién tiene la culpa, el chancho o el que le da de comer?”

El funcionario corrupto pretende justificar su delito en que para que él pudiera haber cometido esa infracción de cohecho, alguien, un particular perteneciente al otro lado (el pueblo) le suministró el dinero, calladamente, y se acomodó a las exigencias del funcionario, con tal de poder realizar su negocio.

Intenta de ese modo repartir las responsabilidades, haciendo menor su porcentaje al remarcar que ambos son corruptos, uno porque la sugiere y el otro, porque la acepta; y no sé hasta qué punto no tiene su parte de razón.

Si no hubiese drogadictos no habría vendedores de droga; si no existieran los fumadores ya habrían desaparecido las tabacaleras. Si no hubiera ciudadanos indolentes y descuidados, sin conciencia de que entregan su poder, no cabrían funcionarios corruptos.

Yo tenía hace ya varios años una consultante que era Ingeniero Civil y tenía una empresa con su marido, también Ingeniero Civil, que me planteaba que la empresa no tenía trabajo. Sorprendido al ver que otras empresas estaban trabajando, le pregunté cómo era eso posible, y me respondió que debía por adelantado abonar un 15% de “comisión” para que le otorgaran una obra y si así lo hacía, no le dejaba ganancia como para sobrevivir como empresa.

“¿Y cómo sobreviven los otros?” pregunté. Me respondió claramente: “Pagan la “comisión” al funcionario y luego emplean materiales de segunda calidad, y de allí sale su diferencia; por eso las rutas se rompen, las calles se inundan y las paredes de las casas del Estado se rajan antes de estrenarlas”.

Es evidente que no hay “un pobre pueblo” que ha sido arrasado por sus gobernantes, sino un pueblo que ha deslindado su responsabilidad de participar, controlar, exigir y reclamar cuando los excesos comenzaron a producirse, cuando se transgrede el límite. Un pueblo que no ha cumplido con su responsabilidad de involucrarse en la marcha del país, y que por lo tanto, también tiene su parte de responsabilidad.

En resumen, cuando una de las partes se desentiende y entrega su poder (que muchas veces se hace sin comprender que por indolencia se está entregando el mando absoluto a la otra parte), esa parte que entregó debería hacer un análisis de conciencia y hacerse cargo de su error para nunca más volverlo a cometer. Y por supuesto, de su “mea culpa” y de su falta de responsabilidad.

Recuerdo una frase pronunciada en un discurso del ex-presidente Domingo Perón, cuando los insurrectos le pedían la cabeza de los sindicalistas: “Los hombres son buenos… pero vigilados son mejores”. El ciudadano promedio no fue capaz de integrar la segunda parte de la frase, y simplemente, entregó su poder; simplemente votó, y luego se fue a mirar el partido o la novela de la tarde.

Lo mismo pasa con la pareja: una parte suele entregar su poder a la otra y luego se quejará de las decisiones tomadas por la segunda parte, cuando sienta que éstas le perjudican. “Sí, hace tal o cual cosa, pero yo se lo dejo pasar porque l@ quiero” en realidad significa: “yo no me quiero, yo no me respeto, yo dejo que el otro haga lo que quiere” y luego, por supuesto “yo no tendré derecho a quejarme”.

Si te arrojas al piso, delante de tu puerta, ante tus visitantes… no deberías luego quejarte de que te confundan con el felpudo y se limpien los pies en tu persona, en pleno convencimiento de que están haciendo lo correcto antes de entrar a tu casa, para no ensuciarte el piso.

De allí, entonces, surge el 50% de responsabilidad de cada parte. Si no nos hacemos cargo de esa responsabilidad, entonces abiertamente estamos demostrando que no somos capaces de amar, porque el amor va de la mano con el equilibrio y el respeto, ya que ambos, amor y respeto, son los dos platillos de Libra, “la balanza”, el Signo que representa la búsqueda de la justicia y del amor.

El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo

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