¿PUEDE QUE ESTÉS ENAMORAD@ DEL AMOR?

Hay personas a quienes se les dificulta la realidad del amor, porque están sumamente enamoradas del amor, tal como ellas lo sueñan. Se arriesgan así a la frustración que acompaña a la persecución de un fantasma que consume sus energías y disipa su vida. (AMOR Y HUMOR, 1.001 frases y reflexiones, Profesor Leo)

Sin duda coincidiremos en que hay muchas formas de amar, supongo que tantas… como personas hay en el mundo. Eso depende de varios factores: naturaleza de cada uno, potenciales natales, historia de experiencias pasadas, edad del individuo, aprendizajes, conocimiento de sí mismo y varias otras.

Sin embargo hay una forma en que la persona siente que necesita vivir la experiencia de forma tal de experimentar una elevación especial, idílica, mientras vive ese amor. Si no se siente así, cree que no está en verdad enamorada. “Le falta sal” a esa relación, no siente que esté completa, no puede “despegar” y salirse de su realidad ya que eso es lo que necesita.

Esta forma, perjudicial y muy egoica, se conoce como estar “enamorado del amor”. En este caso, la persona que ama, en realidad está más enamorada de lo que siente ella en su ser al amar a la otra, que enamorada en verdad de esa persona a quien supuestamente ama. Al enamorarse “toca el cielo” despreocupándose de los demás factores que hacen a la relación.

Se trata de un idilio consigo misma que modifica incluso su equilibrio hormonal y la exalta de manera que es muy difícil que vea la realidad, porque su sueño ideal la sostiene flotando por sí mismo. La otra parte, la otra persona, consiste en el complemento que necesita para liberar todo el caudal de sentimientos que ha venido acumulando, en el sueño de algún día, enamorarse.

Estas personas suelen provenir de hogares en los que no han observado que sus padres se amen en la justa medida y se sienten en la obligación de tomar la posta y remediar lo que faltó en su infancia entre sus padres; se sienten impulsados a ser “héroe/heroína” salvador/salvadora de la carencia familiar, sin comprender que se encuentran en desequilibrio y que justamente el amor necesita del equilibrio y de los límites acertados.

En estos casos, una parte no está amando a la otra persona con todo su ser, no está ensimismada en ese amor por el otro, sino centrada en la sensación que se produce en su interior al percibir que está enamorada. Todo el idealismo de la persona, en estas condiciones, está volcado hacia su sentimiento, no hacia quien ama. Se siente feliz porque está enamorada, más que feliz por estar compartiendo un amor con la otra parte.

La segunda persona, entonces, encaja en el lugar necesario para que la primera pueda liberar todo su sentir y experimentar la plenitud del amor soñado. La primera piensa que está “loc@ de amor por la otra parte”, pero en realidad necesitaba a esta segunda parte como detonador de su enorme necesidad de amar. En cierta forma… la está utilizando.

Está enamorada, entonces, de lo que está experimentando, y no de la otra persona. En ocasiones llega a distorsionar la realidad de la segunda persona para que se acomode lo más posible a su ideal de enamoramiento, lo que obviamente es sumamente nefasto para la relación, porque carece de elementos concretos y reales sobre los que se pueda basar una relación honesta.

Esto es sumamente peligroso para ambos si no se dan cuenta a tiempo, por la defraudación que se sufrirá al tocar el suelo, al pisar la realidad; digo “tocar el suelo” porque la persona enamorada del amor parece flotar entre nubes color rosa, entre algodones de felicidad. Se le nota en sus expresiones faciales, en su sonrisa, en su mirada, en su alegría incontenible: esta persona está “drogada” por su propio sistema hormonal.

Con el tiempo, la primera persona, la “enamorada del amor”, tarde o temprano irá cayendo en la cuenta de que la segunda no es lo que ella soñaba, que es distinta en muchas cosas que de entrada no fue capaz de ver, porque no estaba atenta a la persona sino a lo que amar a esa persona le producía en sí misma.

Esto genera el problema de que no aceptará los “cambios” (cambios que nunca existieron) y comenzará a mirar con otros ojos y a sentir que la otra persona en realidad no le da la plenitud, tal como en el principio, como el enamorado del amor sentía.

Allí comienzan entonces los reclamos: “Vos ya no me querés como antes”, “Ya no te intereso como al principio ¿verdad?”, “Algo o alguien (“alguien” es peor aún) te ha hecho cambiar” y cosas por el estilo.

En este último caso, el resentimiento de que “alguien más” haya hecho que su sueño idílico se desmorone ya no la dejará dormir en paz, y los celos y la angustia pasarán a sobrepasar la sensación de enamoramiento que en principio sintió, llegando incluso a sentir un rencor ciego por haber sido “despertada” de su sueño de amor.

No entiende porqué ahora “las cosas no son como al principio” y no se da cuenta de que los cambios en realidad no provienen del exterior sino de su propio interior.

Esta relación, que debió haber sido de dos, se ha convertido en un trío. La tercera componente es a veces muy nociva en el sentido que asume la forma de un egregor, alimentado por las sensaciones y la energía que la persona enamorada del amor le proporciona. Esto, a su vez, significa un constante y gradual drenaje de energía, con el consecuente fortalecimiento del egregor, quien a su vez, pide más energía para alimentarse, convirtiéndose esto en un círculo vicioso del que resulta muy difícil salir sin ser lastimado.

Obviamente, tal relación (se podría decir que un tanto enfermiza) no durará; salvo que la persona “enamorada del amor” acepte y comprenda (que francamente considero como una opción que suele ser muy poco probable) que no está ubicada en la realidad. Es tanto el dolor que le trae el despertar de su idilio y desprenderse de su egregor, que se revolverá furiosa contra aquello que piense que es el causante de su decepción.

En este caso, como es común que hagamos las personas, buscará el problema afuera, en sus alrededores, como parte defectuosa de la crisis que se ha generado; intentará infructuosamente darse cuenta de qué es lo que ha sido lo que “ha pinchado” su globo de felicidad, hasta llegar a abandonarse en la desesperación de no encontrar respuesta. Porque en realidad, “su globo” que la llevaba al cielo, era ficticio.

Por supuesto que la otra persona notará los cambios en la primera, y a su vez, se pondrá en alerta por ello. Han comenzado así, una crisis de la cual ambas partes son responsables, directa o indirectamente.

La primera, por enamorarse del amor en lugar de hacerlo de la segunda persona; y la segunda, por no ver la realidad en la primera, porque a todos en principio nos deslumbra y nos encanta que nos amen de esa forma que supera todo lo que habíamos conocido.

En resumen, ninguno de los dos se ha dado cuenta de la realidad del otro… ¿y a qué lleva esto? A las discusiones, a las escenas, a los celos (porque siempre se supone que hay un, o una tercer@ interfiriendo), a los desencuentros, a que cada vez sea más difícil dialogar, entenderse, analizar la situación, negociar, ubicarse dentro de la realidad.

Como en todas las crisis, pasada la primera etapa de despertar a la toma de conciencia de que algo no funciona como antes, se buscará en el exterior la probable causa, y luego, al no encontrarla, vendrá el enojo: se pone imposible la buena relación o bien, surge el tan temido “necesito un tiempo” que en realidad no es otra cosa que “te voy a poner en remojo para que te ablandes” (manipulación), o “te voy a ir soltando de a poco para que no me duela tanto”.

Pasa el tiempo y es probable que ambas partes se sientan tan miserables que decidan llegar a un punto de negociación, a un “probemos de vuelta”, a un “comencemos desde cero”.

Pero que en definitiva, si no hay un verdadero cambio radical en ambas personas y son capaces de construir una nueva relación, distinta de la anterior (caso poco probable, porque ninguno querrá resignar lo que sentía que tenía al principio) entonces se produce una situación de depresión en ambos. El desgaste es tremendo, hasta capaz de producir problemas de salud debido a la energía drenada.

Esto lleva al “te quiero/te odio”, “te necesito/no te soporto”, “necesito que nos veamos/prefiero que me dejes sol@”, o sea, a esos encuentros/desencuentros que hacen más daño destruyendo que construyendo, consumiendo una energía importante en ambos hasta que uno de los dos acepta que el cristal de la copa se ha roto y ya no hay con qué arreglarlo.

Esta situación suele pasar por un período de oscilación, de idas y venidas, cada vez más dolorosas y frustrantes hasta que uno de los dos, el que comprendió la realidad, se decide a romper.

En ese caso terminal, las personas sienten que han fracasado. No es así, no han fracasado ellos como personas, no es que no sean dignos de amar y ser amados, pero sí que han fracasado en la forma en que han encarado la situación, siendo ambos responsables en un 50%.

Tanto el que no supo diferenciar el amor real, del amor idealizado, como el que no entendió que era participante de una relación anormal y se dejó llevar por la manera del primero.

Pocas personas están equilibradas emocionalmente como para reaccionar en esta situación de rehén (si me quedo me duele, si me escapo, también); también son pocas los que lo alcanzan a intuir y a comprender.

La persona que lo comprende dudará entre interrumpir la situación sabiendo que así va a perderla cuando haga sonar el despertador en la oreja del otro, o dejarla seguir, pero aceptando que en algún momento, algún detonante se encargará de terminarla, quedando generalmente ambos muy doloridos y en mala relación.

Por lo general, es sumamente dañina para ambas partes, porque si bien producirá un desencanto que no será del todo comprendido ni superado en la segunda persona, en la primera tiene la tendencia a permanecer allí, agazapada en silencio esperando una segunda o tercera oportunidad para rearmarse.

Esto la guía lógicamente por el apego que produce esa sensación adictiva de “enamorarme del amor” o “enamorarme de sentirme enamorad@”, apoyada por el convencimiento de que “el otro no supo responder a mi amor”, “no pudo valorar mi amor”, “no estuvo a la altura de lo que yo puedo amar”, “no merece que lo amen así”.

Astrológicamente puede determinarse en las Natales en casos de: Venus en Libra, Casa V en Sagitario, Venus en contacto con Júpiter, Venus en Sagitario, y otros aspectos en los que interviene el idealismo… es decir, la vibración del amor (Venus, que rige a Libra y Tauro) enaltecida en forma exagerada (Júpiter, que rige a Sagitario) y vivida como un sueño (Neptuno, que rige a Piscis) en lugar de una sana realidad.

Un análisis objetivo y personalizado realizado por un profesional en la Astrología puede determinar claramente este tipo de situación y dar los lineamientos a seguir para reconocer y fijar límites autoimpuestos a esta situación congénita, a fin de que no permita que la persona se dañe a sí misma y a la otra.

Esta dificultad se analiza por una breve terapia de pareja utilizando una técnica astrológica llamada Sinastría (comparación entre ambas Cartas Natales) donde se observa cómo actúa cada persona y cómo influencia a su vez, sobre la otra; o bien por el cálculo y el análisis de la Carta Natal Compuesta a partir de las dos Natales personales, aún más eficiente todavía que la primera, muy utilizada en EEUU y preferida por los Astrólogos Jungianos debido a sus revelaciones precisas y concretas.

Finalizando, el “enamoramiento del amor” afecta a muchas personas, que están convencidas de que su forma de amar es la correcta, siendo que solamente los lleva de fracaso en fracaso, por la adicción a “enamorarse del amor” y el no comprender que no sólo hacen daño a la otra persona, sino que se condenan a sí mismos en una cadena de fracasos que no saben cómo evitar.

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Bendiciones e Iluminación. Leo

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