EL MARTILLAZO DE LA RESPUESTA

Esa mañana yo estaba realmente desesperado; acababa de nacer mi pequeña hija con rasgos de Síndrome de Down y la madre, al sólo verla en la incubadora, inmediatamente la rechazó tal como se rechaza en una verdulería a una manzana golpeada.

Mi desconcierto era doble, un profundo dolor por mi hija y más dolor por el rechazo hacia ella de la madre no bien la vió por primera vez. Me sentía aturdido y sin saber qué hacer, dónde me situaba y qué actitud tomar. Fui a mi lugar de trabajo a encontrarme con algo familiar, con alguna cosa que me ayudara a ubicarme dentro de mi desconcierto, como si el hecho de encontrarme rodeado por las cosas cotidianas me brindara algún refugio, y entonces me pregunté en voz baja, con infinita pena:

“¿Por qué a mí?”

La respuesta inmediata fue como un martillazo en la nuca; la sentí penetrando en mi mente con una claridad como si alguien en la habitación me lo hubiera gritado:

“¿Y por qué no a vos?”

Mi desconcierto esta vez dio lugar a una sorpresa aún mayor al escuchar dicha respuesta, que parecía provenir de mi interior, como si alguien estuviera hablando dentro de mi cabeza. Pasaron algunos segundos en los que apenas pude reaccionar y entonces reponiéndome me dije muy concientemente:

“Sí, eso… ¿por qué no a mí?”

Poco a poco fui recuperándome, tomando el control de mi razonamiento, y entonces me repetí:

“Y claro… a muchas personas les pasa algo así; ¿Por qué no iba a pasarme a mí?”. Asumí que “la voz” estaba cierta en su repregunta, y de a poco me fui calmando. Años más tarde recién comprendí que el hecho consistía en una lección de amor, en una prueba para desarrollar la plena capacidad de amar, y a la vez, la oportunidad especial que poca personas tienen de hacer de padre y de madre al mismo tiempo.

Esto sucedió en el año 1980, el 12 de octubre, el día en que nació mi hija; el día en que murió su madre. Murió para mí porque no pude aceptar a quien no aceptaba a una parte tan amada de mí, fuera como fuera. Yo me sentía parte de esa niña y la sentía como parte de mí, y no comprendía la frialdad con que su madre la había despreciado con la misma indiferencia con la que se deja de lado a una fruta agusanada.

Fue un golpe muy duro por lo inesperado, de repente también había perdido la ilusión de recuperar mi relación con la madre a quien había supuesto que cambiaría su actitud fría y distante al tener una hija, y había perdido la ilusión de tener una hija normal como cualquiera.

Pensando de este modo, yo estaba rechazando también a mi hija de otra forma distinta a la de la madre, aunque aceptándola con resignación a pesar de mi imperiosa necesidad de tenerla en mis brazos mientras la observaba en la incubadora. Inconcientemente también la estaba rechazando porque la estaba calificando, ya que no coincidía con mi idea original de antes que ella naciera.

Entonces comprendí que debía actuar como padre y como madre, que estaba frente a un tremendo desafío que sólo podría llevar adelante expresando mi máxima capacidad de amar; pero en otro momento posterior recordé otro episodio inesperado que había sucedido hacía un mes atrás.

También me encontraba solo en mi salón de trabajo y de pronto sentí como si algo o alguien se acercara a mí y en ese momento me rodeara una sensación de pesar, como si ese algo o alguien se acercara presa de temor. Sin saber porqué, dije como para mí mismo: “No importa, hija, no te preocupes, todo va a estar bien”.

En ese momento esto me llenó de confusión porque no tenía explicación racional alguna, pero mi preocupación luego se vio confirmada; me esperaba una prueba muy dura.

Ahora entonces sí comprendía el “todo va a estar bien”, la atmósfera de pesar, ese halo de preocupación que llegó hacia mí. Y así fue, con el tiempo, mi hija se acercó a la normalidad y a su madre, quien terminó aceptándola y como en un acto de defensa, hizo todo lo posible para alejarme de mi hija y retenerla sólo para sí.

Esos comportamientos raros que los humanos a veces tenemos, porque también mi hija me rechazó al crecer y hacerse adolescente; dejando de lado y haciendo el vacío a la única persona que le abrió los brazos y aprendió a amarla aún haciéndose pedazos interiormente.

En cierta ocasión pregunté a mis Guías porqué mi hija me había elegido como padre, y su respuesta fue muy clara: “Porque necesitaba amor incondicional”. Haciendo regresiones, pude ver que mi hija había sido mi tía en otra vida, y habiendo fallecido mi madre, ella me había tomado a su cargo para terminar de criarme; ahora era mi turno de devolver amor por ese amor, cuidado por ese cuidado, frente a la sensación de soledad absoluta de mi hija similar a mi sensación de soledad absoluta cuando en ese entonces yo era sólo un niño.

Este hecho, que hoy considero muy lejos de ser lamentable, afortunadamente me abrió la puerta a “la respuesta” como terminé llamando a esa voz que claramente y en forma contundente me respondía con palabras certeras cada vez que me preocupaba un interrogante y yo lo manifestaba preguntándomelo. Muchas veces en forma inconsciente yo me interrogaba y la voz, “la respuesta”, llegaba a mí con breves palabras pero increíblemente sabias y de sólidos significados.

Cierta vez en mi vida me encontré con que estaba perdiendo mi trabajo, mi casa, mi pareja, mis hijos alejándose de mí, y viendo que me precipitaba de repente en un vacío sin final, me pregunté sumido en la desesperación:

“¿Quién tiene semejante poder para destruir mi vida de esta forma?”. La voz, fríamente y sin reparos, respondió:

“Solamente vos mismo”.

Y con los años se verificó que yo debía reciclar mi vida hacia otra dirección totalmente distinta, y por eso, estaba destruyéndolo todo en pos de rehacer una nueva persona de mí mismo a través de la muerte de todo aquello que amaba. Debía renacer a una nueva vida y para ello, todo debía convertirse en cenizas.

De a poco me fui acostumbrando a estos diálogos lacónicos pero de una sabiduría incomparable, y a la vez, aprendiendo a valorar a esa voz que sonaba de golpe en mi mente, lo que comencé a llamar entonces un poco irónicamente como “el martillazo de la respuesta” porque por lo general su contenido era absolutamente inesperado para mi conciencia y me sentía como perdiendo el equilibrio ante la revelación.

Con el pasar de los años, aprendí a reconocer a esa voz que claramente se expresaba cuando yo me interrogaba ante una situación complicada. Y aprendí también a respetarla y apreciarla, y también a extrañarla cuando no me respondía, pero cuando lo hacía, se mostraba contundente y sólida dentro de mi conciencia. Más tarde comprendí que no me respondía cuando la pregunta era pertinente sólo a mi albedrío o a mi direccionamiento personal.

Esto es lo que demuestra que no estamos solos, que no solamente somos un cuerpo y una mente, sino que hay un Yo dentro de nosotros, de inmenso amor y sabiduría que muestra una apreciable experiencia en el arte de vivir; y también que existen nuestros Guías Espirituales que con todo Amor nos acompañan.

Por lo general cuando estoy en medio de una Lectura de Registros, siento la voz que me ilustra sobre el tema que pregunta mi consultante; y sin embargo también escucho la voz cuando busco respuestas a través de mi propia Lectura de Registros, tan clara y natural que muchas veces parece que hablara conmigo mismo y yo mismo me respondiera.

Pero como mis Guías saben que soy impaciente, antes de que en mi mente se forme una respuesta de mi conciente, Ellos me sacuden con el martillazo de la respuesta para no darme tiempo a dudar si se trata de la voz de un Guía o de mi propia respuesta mental condicionada por mis conveniencias. Muchas veces llega la respuesta aún antes de haber terminado de formular la pregunta, de esa forma Ellos se aseguran de evitar mi inseguridad respecto de quién fue que respondió, si Ellos o mi propia mente.

A medida que transcurren los años, la voz se va volviendo cada día más clara y el martillazo menos contundente; esto me hace gracia porque Ellos han encontrado la mejor manera de llegar a mi conciencia. Saben que soy cabezadura y de esa forma me tratan a fin de convencerme que son Ellos quienes me hablan.

Una consultante me decía que sus Guías le señalan qué hacer y qué no hacer, a lo que le respondí que los Guías nunca hacen eso porque saben que no deben interferir en el destino de la persona indicándole una dirección específica, y que en ese caso se trata simplemente de su intuición, de la respuesta de su Yo interior, aún cuando la respuesta sea similar. De todos modos, los Guías no se comunican directamente sino a través del Yo interior porque él posee una vibración afín y comprende su lenguaje.

Muchas veces, los acontecimientos graves e inesperados suelen despertar en las personas cualidades de carácter espiritual, por lo que es común escuchar que digan algo así como “después de ese hecho, mi vida cambió”. Y es muy normal que entonces aparezca la indicación primero sutil que con el tiempo se vuelve lo que yo llamo para mí como “el martillazo de la respuesta”, pero que todos deberíamos aprender a reconocer a fin de recibir información importante en los momentos difíciles.

En ocasiones, dicha información me ha llegado indirectamente, como una inducción, por ejemplo evitando que acelere con el auto o bien, induciéndome una calma al manejar que controla mi impaciencia y me salva de males mayores; lo comprendo cuando al poco tiempo de eso me suelo cruzar con un accidente reciente en la ruta y me lleva a pensar que bien pude haber sido yo el damnificado si esa calma no me hubiera hecho demorar unos minutos en lugar de acelerar. No pocas veces me ha sucedido.

Resulta ciertamente cómico que cuanto más cerrado estoy sobre una incógnita, más fuerte sea el martillazo para revelarme información que cae como anillo al dedo en el momento preciso. Hasta recuerdo que una vez, en mi juventud, instantes antes de entrar al aula a rendir Física I en la Facultad me preguntaba sobre qué tema me preguntarían y algo me llevó a abrir el grueso libro en una página que mencionaba: “Teorema de Bernoulli – Ecuación de Continuidad”.

Me sorprendí al ver que inexplicablemente ese tema no lo recordaba como si hubiera sido pasado de largo a pesar de haber estudiado todo el programa, y con curiosidad, me apuré a repasarlo. A los pocos minutos, me llamaron desde el aula, y el profesor al darme el tema a escribir, sorprendentemente me dijo: “Escriba sobre el Teorema de Bernoulli y la Ecuación de Continuidad”.

Por eso muchas veces, lejos de lamentarnos, una situación dramática en la vida conviene que sea bienvenida porque son las ocasiones en las cuales aprendemos lecciones especiales y hasta puede que a partir de ello aprendamos a recibir la bendición de “el martillazo de la respuesta”.

El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo

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