¿CÓMO SABES CUANDO YA ERES ADULTO?

En respuesta a esta pregunta, alguien dirá “He cumplido los 50 ya…”. Otro dirá “Ya he tenido hijos, he plantado árboles y he escrito libros…”. Un tercero afirmará “Ya tengo tres nietos…”. No faltará quien agregue “Ya soy independiente en todo sentido…”. Y también alguien murmurará para sí “Ya soy profesional y tengo mi consultorio…”

El concepto de adulto cambia de sociedad en sociedad; en la nuestra, cumplir los 21 años parecería que nos habilita ya como mayores de edad, lo que no implica ser adulto. En otras culturas, un joven que ya haya aprendido a cazar con sus flechas y pueda alimentar a su familia, seguramente habrá ganado su lugar como adulto. Como definición parcial, podría adaptarse algo así: “adulto es un organismo con una edad tal que ha alcanzado su pleno desarrollo orgánico, incluyendo la capacidad de reproducirse”.

Pero hay algo implicado más allá que eso, ya que llegar a “ser adulto” no es una tarea tan sencilla. Las personas nos vamos haciendo más adultos a medida que vamos comprendiendo, que vamos aprendiendo sobre la vida, en el grado que nos volvemos responsables, que comenzamos a pensar en forma independiente, que aprendemos a discernir, que comprendemos que es mejor estar dispuestos a aceptar y a fluir.

No hay una escuela que nos lo enseñe, sólo la vida puede hacerlo, y eso siempre y cuando mantengamos la mente abierta a incorporar nuevos conceptos, nuevas opciones, nuevas filosofías; a no ser negadores sino mejor, cuestionadores.

Tal vez llegamos a ser adultos en nuestro proceso de volvernos más adultos, cuando nos aproximamos al momento del final de nuestro aprendizaje en este plano. Sin embargo, también existen personas que no llegarán a ser considerados adultos, a pesar de su edad avanzada, por aquellos que conocen sus conductas más íntimas, sus pensamientos más cercanos, sus comportamientos más naturales.

Asunto complicado ése de ser adulto. Eso me lleva a preguntarme: ¿Vale la pena convertirse en adulto? Creo que depende de cada uno, de la necesidad de crecer que cada quien se haya impuesto como tarea en esta vida. La sociedad actual no nos perdona que siendo mayores de edad no nos comportemos como adultos, pero tampoco acepta de buen grado que crezcamos más allá de cierto grado de madurez.

A la sociedad no le gusta que “nos paremos de manos” como se dice cuando el caballo se encabrita, se rebela y levanta sus cascos delanteros. El sistema nos quiere suficientemente adultos como para aprovecharnos en nuestro máximo potencial, pero nunca más allá como para comprender los límites, la manipulación y los precios que nos impone.

Más complejo que la dificultad que conlleva el convertirse en adulto y lidiar con la realidad, tal vez sea el hacerse cargo de esa realidad a medida que uno la va comprendiendo.

Muchas veces pensamos que ya estamos adultos y estamos convencidos de querer saber la verdad, pero una vez que lo logramos, no sabemos qué hacer con esa verdad, cómo asumirla, cómo digerirla, cómo soportarla.

Por esa razón, tantas personas cierran los ojos a lo que es evidente y que está allí tan notoriamente visible. Y de esa forma se niegan a convertirse en adultos, porque la realidad que no coincide con sus sueños les resulta abrumadora, insoportable, incómoda, dolorosa.

Para convertirse en adulto se necesita valor sumado a cierta intrepidez y decisión, un desafío al riesgo, que no todos o no siempre, estamos de buen grado dispuestos a asumir. Crecer es doloroso, en todos los sentidos. Aún la persona que crece espiritualmente, gradualmente debe volverse capaz de soportar dicho crecimiento que le traerá conocimientos y verdades que no todos son capaces de recibir, comprender y aceptar.

Personalmente me cierra ese concepto de que uno se comporta como adulto cuando aprende los límites de la responsabilidad. No es fácil comprender cabalmente lo que significa “responsabilidad”, si bien todos entendemos que se trata de hacernos cargo de lo que nos compete, de asumir las consecuencias de nuestros actos y de responder por esos actos.

Pero no termina allí porque a veces pretendemos ser responsables sin respetar los límites apropiados. Como por ejemplo, cuando intentamos corregir o compensar las consecuencias de los actos de otros. Pensamos por ejemplo que debemos ser responsables en nuestra pareja al grado de tener que hacernos cargo de que el fuego no se apague. O con nuestros hijos para asegurarnos de que llevan sus deberes hechos cuando van al colegio.

En cuanto a la responsabilidad más allá de la que tengamos con nosotros mismos (cuidarnos, procurarnos la satisfacción de las necesidades básicas, ocuparnos de llevar adelante nuestra propia vida), los demás actos en los que se trate de dos personas deben compartirse y cada una de ellas naturalmente debe asumir su porcentaje de responsabilidad. No es falta de amor el dejar que la otra persona se haga cargo de lo que le compete, al contrario.

Por ejemplo, aquellos padres que acostumbran a sus hijos a hacer los deberes escolares juntos, al punto que los menores no los hacen si no están papá o mamá encima de ellos; eso no es amarlos y ser padres responsables. En realidad, les están haciendo un daño al tomar como obligación suya una responsabilidad que corresponde a los hijos. Más que colaborando, están interfiriendo; más que ayudando, están entorpeciendo. Más que fortaleciendo, los están debilitando.

Lo mismo en lo que respecta a la pareja; el fuego debe mantenerse encendido porque ambos deben estar atentos a que no se apague. Que a veces una de las partes agregue leña y otras veces sea la otra, es mantener el equilibrio y la responsabilidad, es hacer juntos algo que debe hacerse de a dos.

Pero no es correcto eso de “intento arreglar lo que yo no rompí”; la responsabilidad es compartida y los platos rotos debe pagarlos quien los haya roto. Y además no hay que perder de vista la posibilidad de que acaso nosotros mismos hayamos permitido que el otro rompa los platos.

Por supuesto, cuando hay sentimientos, el amor nos lleva a seguir poniendo leña al fuego para que no se apague, pero no deja de ser correcto observar, el día que no podemos poner leña, para ver si la otra parte está atenta al fuego o si está cómodamente instalada al calorcito sin asumir su parte de responsabilidad.

Porque amor también es respetar, y eso implica además respetarse a sí mismo. Quien se deja utilizar de felpudo es responsable de que siga siendo tratado como felpudo. En la pareja, la responsabilidad es de un 50% cada parte, por eso se habla de par-eja.

Distinto es con los hijos, por ejemplo, donde siempre la responsabilidad recae más en la persona mayor, o de mayor jerarquía; cuando por ejemplo dos personas no se entienden, la responsabilidad tiende a ser mayor en la mayor.

Pero intentar arreglar lo que otro ha roto es justamente ser irresponsable al pretender asumir una responsabilidad que no cabe, porque se está quitando el derecho al otro de corregir el error; y eso es interferir, lo que universalmente está prohibido.

Sabemos que, así como toda falta trae un karma, todo error tiene su aprendizaje; si pretendemos hacer la tarea ajena estamos atrayendo un karma hacia nosotros por dos motivos: el primero, porque estamos haciéndonos cargo del karma ajeno negándole el aprendizaje, y el segundo, porque le estamos quitando la posibilidad al otro de enmendar su error, corregir y obtener la satisfacción de haber crecido con ello.

Tener seriamente en cuenta estos detalles es ir madurando hacia convertirse en adulto. Ahora, puedes preguntarte en silencio, si quieres…  ¿Estoy segur@ de que me comporto como un adulto?

El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo

Suscribiéndote al blog (sólo nombre y casilla de mail) recibirás de inmediato cada artículo que se postee en el mismo y así podrás decidir si te interesa y al clickear en el mismo te llevará directamente al blog para leerlo.

Si te ha resultado atractivo este artículo puedes compartirlo libremente en tus redes sociales citando la fuente de origen, o bien, compartir el enlace al blog: www.elsenderodelser.com a tus amigos y a quienes puedan interesarles los temas tratados.

www.elsenderodelser.comwww.profesorleo.com.arprofesorleonqn@gmail.com

 

 

Agregar un comentario

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *

Realizado por Viviana Espín Ibarra. Diseño y Desarrollo Web.