EL DISCUTIDOR OBSESIVO

Seguramente todos tenemos o hemos tenido un conocido o un familiar “discutidor obsesivo”.  En los grupos de trabajo, en los de estudio, aún en el hogar, suelen encontrarse distintos tipos de personas con una actitud asumida que puede encarnar distintos roles: el crítico, el inoportuno, el hablador, el discutidor.

El crítico puede resultar útil en la medida que su crítica sea constructiva y no se ponga en una actitud peyorativa hacia los demás. Se puede aprender mucho de él y aún, reconocer errores que más tarde podrían haber hecho fracasar el proyecto. No resulta simpático pero puede llegar a constituir un elemento útil si es bien aprovechado.

El inoportuno es aquel que habla cuando hay que callar, calla cuando hay que hablar, afirma cuando es el momento de descartar y descarta cuando es el momento de llegar a una conclusión, pero no es dañino, es sólo molesto y trae consigo confusión; es el que no comprende los tiempos de los demás.

El hablador, puede llegar a ser insoportable y pesado, interrumpe, nunca termina con su discurso, se va por las ramas, pero se lo puede controlar. Por lo general, cuando comprueba que nadie le presta atención, se escabuye en busca de otros auditorios.

El caso más grave en un grupo, dado que no puede discutir solo, es EL DISCUTIDOR cuyo deporte es cuestionar sosteniendo un “sí” cuando se ha llegado al acuerdo de un “no”, o discutir por “no” cuando se ha llegado a un “sí” no importando si en la reunión anterior había enunciado su postura inversa a la decisión que ahora pretende sustentar.

El problema con el discutidor es que drena mucha energía de la otra parte porque se diga lo que se diga, él va a tener otro punto de vista y aún cuando el intercambio se rote hacia el otro extremo él va a encontrarle el pelo en la sopa a fin de que se genere la polémica que le sirve de alimento.

El lema del discutidor es “no sé de qué se trata pero yo no estoy de acuerdo”. Emplea su capacidad en buscar el lado flaco o indefinido de la cuestión para intervenir y hacer oir su opinión que por supuesto será opuesta a la opinión general.

Si bien todos estos personajes son factibles de encontrar, el discutidor es quien es capaz de hacer perder los estribos a cualquiera sobre todo cuando ha quedado bien en claro que su objetivo no es contribuir sino sólo discutir y hacerse ver en que “yo tengo razón”.

Si se le sigue el tren al discutidor pueden pasar las horas sin llegar a una posición intermedia ya que ése no es su interés puesto que con su actitud él drena energía del otro o del grupo. Él se empodera y crece en función de desgastar y empequeñecer a los demás.

La ventaja que tiene es que puede ser rápidamente identificado porque siempre está listo para iniciar la esgrima verbal, y entonces, o bien se le hace callar (difícilmente por las buenas) por las malas o se lo deja con un “sí” como a los niños o a los locos.

Me ha tocado entablar este tipo de encuentro “deportivo” y durante el mismo he ido girando sutilmente el eje de la situación de manera que el discutidor llegue al punto de discutir su propia postura inicial.

Lejos de aceptar su contradicción cuando ésta se le evidencia frente a su nariz, el discutidor dirá que ahora no se trata de la misma situación, o sea que si se dice negro él dirá que es blanco, pero si luego si se dice que es blanco, él encontrará la excusa de que en esta otra ocasión, que es distinta de la anterior, es negro.

Se trata de una lucha por el poder de tener razón que el discutidor de ninguna manera estará dispuesto a perder, dado que su idea final es hacerse pasar por “el señor inteligencia” (o bien, “la señora inteligencia”). En realidad se trata de un manipulador que busca que en una próxima oportunidad uno se rinda, pero no de entrada sino luego de permitirle argumentar su posición y mostrar su poder e inteligencia luminosa ante los demás.

Cuando se le pregunte por las razones de dicha postura, él encontrará rápidamente argumentos aunque éstos no sean lícitos para el punto de conversación, pero que al ser discutidos le darán una nueva oportunidad de hacerse ver.

El desgaste de energía de ese modo puede ser infinito y de ninguna manera se llegará a un acuerdo porque si se llegara, se le acabaría la oportunidad de discutir, que no sólo es su deporte favorito sino que también es su alimento.

Muchas veces es útil decirle que SI de entrada, lo que lo dejará sin argumentos pero tras un instante de desconcierto volverá a la carga diciendo: “Sí, claro, pero sin embargo…” y allí seguirá con el nuevo frente de combate. El discutidor obsesivo maneja su juego de poder porque ése es el deporte en que mejor se desempeña, y se alimenta de la discusión.

Él irá buscando de una forma u otra tener la última palabra, por lo que el silencio pertinaz de la otra parte puede llegar a violentarlo o hacerlo sentir impotente y entonces se convertirá en hablador y cuestionador agregando todas las opciones posibles en las que por supuesto siempre habrá de tener razón.

Al discutidor no le gusta que la otra persona se llame por sí sola a silencio, él busca imponerse de forma de HACERLO CALLAR demostrando así que con él no se puede, porque su ego exacerbado le exige aplastar al contrincante; pero si con eso no le bastara porque la batalla ha sido demasiado fácil, pondrá sobre la mesa un nuevo tema a partir del anterior a través del cual pueda argumentar y seguir argumentando hasta saciar su necesidad de inflar su ego.

Y si llega el caso en que los contrataques de la otra parte se vuelven irrefutables, antes de reconocerlo, preferirá mencionar que se le hace tarde para una reunión importante, y huirá diciendo que “otro día lo seguimos analizando” aunque bien sabe que ese tema no lo puede volver a poner sobre la mesa de discusión, porque representaría una batalla perdida.

Es decir que de una manera u otra, aún planteando hipotéticas situaciones grises, él necesita tener el control de la situación. Esta obsesión le hará la fama rápidamente, lo que motivará que cuando los demás se vuelquen en su contra, busque otro entorno en el que pueda volver a practicar su deporte, ya que él discute por el placer de discutir.

Una manera de enfrentarse con posibilidades de terminar el tema, ya que con este tipo de personaje los tiempos se pueden extender hasta cualquier hora, es decirle, por ejemplo:

– Está bien, no voy a seguir discutiendo tu razón, pero quisiera que con tu capacidad de visión me ofrecieras una forma de solucionar esta cuestión.

De ese modo, hemos echado un balde de agua al fuego y el contrataque consiste en desactivarlo de esa cuestión y llevarlo a que se exprese positivamente hacia una resolución, que por supuesto, no deberemos cuestionar.

Si aún se le nota con los pelos parados de punta y ganas de seguir peleando, podemos responder que sí, que es posible, pero que además sería bueno contar con un “Plan B” lo que le obligará a repensar o bien a encontrar una excusa para retirarse de la cancha y por fin terminar.

Igualmente no dará su brazo a torcer y mientras se retira seguirá planteando que su “Plan A” no puede fallar pero que “mañana te explico el Plan B”, siendo que mañana volverá a discutir pero por otro tema ya que se le han terminado los argumentos en el primero.

Este tipo de personaje a pesar de volverse muy antipático y pesado, en el fondo resulta patético ya que se vuelve notorio que necesita figurar y llevar la voz cantante, porque sino esa noche no podrá dormir.

En un caso de este tipo, cierto discutidor del mundo del marketing al encontrarse ya sin argumentos optó por acusarme infantilmente de hacerle “bulling” frente a los demás y de oponerme a cualquier cosa que él dijera, y hasta llegó a amenazarme con sus abogados porque decía que se sentía acosado siendo que en realidad era él quien pretendía tener la razón a toda costa, apelando a excusas que me daban un excelente pie para rebatírselas.

Al final, negociamos mi salida del grupo a cambio de que él me entregara privadamente el material restante porque por mi parte yo ya no soportaba el solo hecho de escuchar su voz, a la vez que de esa forma él se sacaba a un feroz enemigo de encima.

Claro, que siguiendo mi “mal ejemplo”, aparecieron otros cuestionadores y al final, acorralado, decidió suspender las tratativas por razones de urgencia que lo requerían en otra parte y desapareció permanentemente de la escena.

Era tal su desesperación por discutir que manifestaba ex-profeso que le encantaba que le llevaran la contra, pero que luego se prepararan porque él no se consideraba un hueso fácil de roer; arrojaba el guante desafiando a los demás hasta que se encontró con otro hueso más duro y entonces, decidió negociar mi partida.

Gracias a mis conocimientos astrológicos pude encontrar los puntos débiles de su personalidad y por eso él al final, al darse cuenta que yo contaba con elementos adicionales, decidió que era mejor dejar de lado la cuestión. La temperatura de los “encuentros” era tal que en un punto se sintió descompuesto (obvia postura del colapso de energía en su lucha de poder) y comenzó con insultos en actitud descontrolada, los que yo calladamente me dispuse a escuchar con detenimiento, con el solo fin de encontrarle otros puntos sobre los cuales hacer presión, disfrutando al ver cómo de pronto había perdido el control y en su desesperación se mostraba desnudo ante los demás en su realidad, que así pudieron verlo tal cual era y que en definitiva era mi objetivo final.

Todavía me comunico con algunos colegas y bromeamos sobre este personaje del mundo hispano del marketing por Internet, que me comentaron que finalmente decidió irse con la música a otra parte y cambiar de mercado.

Como se ve, el discutidor nunca aceptará razones que no sean las propias porque su ego deformado e inconsistente no se lo permitirá y defenderá su razón o su sin-razón a capa y espada, llegando al extremo de falsear la realidad en su intento de no dar el brazo a torcer.

La característica fundamental es que no estará de acuerdo con nada que sea importante y definitivo, ya que siempre tendrá a mano su opinión que lógicamente será distinta, resultando finalmente insoportable e incomodando a los demás.

Esta clase de personas resulta incapaz de trabajar en equipo ya que no tiene el objetivo de contemporizar y contribuir a la mejor solución sino que su interés radica solamente en discutir su postura y básicamente, en el juego de energía que esto implica.

Otra característica que suelen mostrar es que son personas solitarias que no se dan fácilmente a la amistad, porque si el otro resultara ser una persona sumisa, no le sirve para discutir, y si llegara a ser de su calibre, pronto logrará cansarlo y el otro evitará perder el tiempo en la compañía del discutidor obsesivo.

El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo

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